(Lucas, 17:20-21)
Hoy quiero hablaros del dolor de estar vivo. No voy a hablar del sufrimiento. El sufrimiento no es real. El sufrimiento no es ni siquiera un fantasma:
es la sombra de un fantasma que duerme y sueña que está vivo. Pero el dolor está ahí y es real. Lo real a veces duele. Lo que duele nos transforma. Hemos venido a este mundo de formas para
transformarnos constantemente antes de regresar a la Unidad de la Luz Primordial.
El nacimiento y la muerte son dos cabos en una cuerda finita
que participa de lo infinito. Creemos
que la cuerda es lo único real y que los cabos, en cierto modo, no importan
demasiado. Este es el motivo por el que
uno lo olvidamos en seguida y al otro lo tememos de por vida. Pero yo os digo, hermanos míos, que lo
esencial no son las formas sino el espacio entre las formas. Mi cuerpo me aleja de ti pero el silencio de
no ser yo me acerca profundamente a ti. Y cuando empiezo a vislumbrar que yo no soy yo
ni tú eres tú, el dolor se torna dulce, se transforma en caricia de luz y en
abrazo de oscuridad. Y al transformarse
también nos transforma a nosotros.
He venido hasta aquí este domingo para hablaros del dolor de
estar vivo. De cómo ese dolor es
bondadoso porque nos hace uno con lo Infinito, con la Unidad, nos arranca las
miserias y las quejas una a una, nos violenta el corazón con un zarpazo
abrasador. Nos deja desnudos e inermes
ante el mundo y justo entonces comprendemos qué es ciertamente el Amor.
Vivir es morir lentamente mas morir es volver a la
consciencia de que nada muere para siempre, tan sólo las máscaras, las formas y
lo innecesario. Lo que queda es lo que
es, siempre ha sido, real. Siendo seres
de luz, las sombras solamente son un juego precioso, siendo espíritus libres,
la carne es tan sólo una dulce prisión que nos ayuda a ver aquello que es, que
siempre ha sido.
No se puede huir de aquello que es, pues siempre somos lo
que somos, que es exactamente lo que queda cuando nos liberamos de lo que otros
creen que somos…, y de aquello que nosotros mismos creemos que somos. No somos lo que creemos ni lo que queremos ni
lo que tememos, somos lo que somos. Al
fin y al cabo, simplemente somos.
Y esos es lo maravilloso.
Compartir esa seidad. Y al fin ser capaz de dejar de amar para ser
por fin el verdadero amor que ama. Para
ser la llama ilumina y enciende a otras llamas para después extinguirse y
volver a ser encendida por otra llama…
No hay comentarios:
Publicar un comentario