¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

domingo, 16 de octubre de 2011

TODOS USTEDES PARECEN FELICES...




Hace ya más de dos años de la última clase de literatura que impartí, bien es cierto que he continuado enseñando historia del Reino Unido y de USA así como inglés para varios niveles, pero literatura, lo que se dice literatura, no he vuelta a enseñar.  Y lo cierto es que tampoco lo echo de menos aunque lo eche de menos mogollón.  A ver si me explico, lo que me gusta de enseñar (que es lo mismo que me gusta de aprender) es la variedad, tanto en los contenidos como en la metodología, por eso siempre me ha  apasionado cambiar de asignaturas.  Con todo, la asignatura que más años seguidos he dado es la de Literatura del Inglés en la Escuela Universitaria de Educación de Soria, y claro, siendo lo literario uno de mis amores más profundos, la experiencia ha sido fantástica en todo grado.  De vez en cuando echo de menos aquellas clases en las que con mis alumnos analizábamos poemas y relatos cortos (rara vez nos ocupábamos de novelas u obras de teatro, siempre primé la “intensión” sobre la  “extensión” al enseñar), pero en general me alegro de no hacerlo ahora, no descarto volverlo a hacer y sin duda me gustará ocuparme de estos temas en escritos, charlas o lo que venga.  Está bien así.  Sin embargo, a veces me encuentro en mi camino con obras que me hacen volver a sentirme, primero, alumno para, después, regresar a ser el profesor de literatura de antaño.

Ando este precioso otoño leyendo la poesía completa de Ángel González y ando enamorándome de nuevo del mundo, de los olores que anuncian el frío, de las hojas de los árboles que nos recuerdan para qué hemos venido a la vida, de los niños que corren de vuelta al cole, de los rayos de luz que se filtran por la ventana de mi estudio cuando escribo por las mañanas, del jubilado que a paso cansino se dirige, periódico en brazo, al banco de turno a ver pasar el mundo de nuevo…, de todo eso que hace de la vida una experiencia sin igual.  Y así, van cayendo las joyas de luz de Ángel González que este nos presenta en Palabra sobre palabra (animaos, que  por sólo 10 eurillos os hacéis con una bibliografía esencial, está publicado en Austral y ya en edición de bolsillo).

Y así, justo entre sesión de meditación y preparación de mi clase de historia de la Uned, el pasado jueves me encontraba con esta maravilla que quiero compartir y comentar, a modo del profesor de poesía que era.  Escuchad esta genialidad:

TODOS USTEDES PARECEN FELICES…
por Ángel González

…y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen, incluso,
palabras
de amor.  Pero
se aman
de dos en dos
para odiar de mil
en mil.  Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen – nada
más que parecen – felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen, como
no puedo yo ocultarla
por más tiempo: esta
desesperante, estéril, larga,
ciega desolación por cualquier cosa
que – hacia donde no sé -, lenta, me arrastra.

Me pillaron desprevenido, los primeros versos me pillaron en pelotica picada y con cuerpo juguetón y todo el peso del mundo me destrozó hueso tras hueso, y mi espalda, vencida por tal carga, se hundió con un lamento miserable.  Craca.  Nada más.  Pero qué podemos hacer ante tal declaración desde el corazón mismo del hombre… “todos ustedes parecen felices y sonríen, a veces, cuando hablan”.  Craca, otra vez, craca.  Putupún.  Ahí es nada.  En tal prosaica declaración el poeta lanza el guante, nos mira a los ojos y nos reta a base de prosa versificada.  Y yo, que para esto soy muy pendenciero, acepto el envite y le digo: “y qué más tienes que decir, piltrafillla”.  El poeta está dispuesto a darme una lección, así que no se calla y ahí se empieza a montar parda: “…se aman de dos en dos para odiar de mil en mil.”  Aquí yo empiezo a llorar, de rabia, agonía y desesperación.  Y miro a mi mujer (es un decir, ella estaba trabajando en el cole) y siento la verdad de lo dicho, el hombre decide emparejarse pero sigue mostrando un odio inveterado a lo de más “afuera” (eso cuando no odia también a su pareja).  Es un “dos en dos” simbólico, claro, hacemos lo mismo con la familia o los grupos de todo tipo (amigos de farra, asociaciones culturales, clubes de mus, etc.)  Formamos falsas uniones de amor y amistad para odiar a otros grupos de forma compartida, aceptada y, por tanto, nos apoyamos en el rechazo pero disfrazándolo de amor. 

Y esto nos pasa a menudo con las nacionalidades…, y claro, para mí, que nunca he sabido si soy inglés, escocés, español, francés o incluso letón, que a veces no sé qué lengua usar o con cuál me siento más a gusto, para mí, digo, lo de ser español es un mero accidente que me aporta un número de códigos que amo, pero en modo alguno me aleja de lo de afuera porque no estoy por la identificación con los modos y las formas.  Pero la historia de la humanidad ha sido una  historia de guerras por ese “amar de dos en dos para odiar de mil en mil”.  El poeta aquí se ha transformado en visionario y no va a callarse lo que ve, aunque te duela, aunque le duela a él mismo, pues es humano, más de lo que puede soportar.

Y el viaje sigue, y la oscuridad se presagia terrible.  Pero detrás de la oscuridad está la luz.  Allá vamos, melena al viento (el que la tenga, claro, que yo soy calvo).  Ahora me pregunto “si guardo toneladas de asco por cada milímetro de dicha” y con cierto rubor no sé muy bien qué contestar, o sí sé, pero me da cosa.  Es lo que hay, desde pequeños se nos ha programado para que estemos mirando todo “con lupa” y esto lo que consigue es que no estemos “contentos con nada”, incluso si lo tenemos todo.  De ahí, creo, esa idea de maximizar el “asco” y minimizar “la dicha”.  Así habló el Poeta.

Es un poema muy claro, ahí radica su principal cualidad, empieza claro, sigue claro y acaba claro.  Claro.  Me fascina la siguiente idea, la idea de que “hablamos” realmente cuando no tenemos nada que decir, que cuando tenemos cosas importantes que transmitir, solemos usar otros medios y no la palabra.  El acto de hablar se convierte así en una pantalla (o una  máscara) tras la cual nos protegemos para que no nos duela tanto la miseria.  Pero todo es una prestidigitación vana.  Sólo aceptando la miseria  podemos transcenderla y convertirla en, como diría Vicente Gallego, la Plata de los Días. 

Pero sin duda estoy llegando demasiado lejos y lo mejor sería ya alejarme, dejaros a solas con el poema, nada más, dejaros a sólo con esta maravilla que a veces duele pero siempre cura.  Aunque, como no me gusta acabar con tono agridulce, quiero cerrar la entrada con otro poema precioso y luminoso, también de Ángel González (pero vete ya para alguna librería y cómprate el libro de sus poemas), otro también de mis favoritos:

LA LLUVIA

No; la lluvia no te moja:
te resbala.
Tienes la piel de aceite, amada mía.
Ungida con aceite, perfumada.

Todo lo ha traspasado la ternura
la lengua transparente de las aguas.
Un vapor dulce, como el aliento
de un buey, cálidamente exhalan
los árboles.
Gotas largas,
como alfileres líquidos,
brillan al primer sol de la mañana.

La lluvia que ha mojado tus cabellos
no ha mojado tu cuerpo ni mi cara.

Gracias a todos por estar ahí, el mejor y más inclusivo de mis abrazos va para vosotros y en cualquier momento del día os pillará desprevenidosJ.

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