Alguien tiene que hacerlo... |
Para mi buen amigo Miguel, que tanto me ha enseñado sobre cómics.
La abominación aguarda y sueña en las profundidades,
y sobre
las vacilantes ciudades de los hombres fluctúa la destrucción.
(H. P. Lovecraft, La llamada de Cthulhu)
Si fuera listo, me largaría de este maldito sitio ahora
mismo…
(M. Mignola, Hellboy: El Vârcolac)
Lo que sale de la oscuridad suele acabar regresando a la
oscuridad. Pero antes, lo sé, ha
recogido algo de luz, por ello nunca vuelve a una oscuridad tan profunda como
aquella otra primordial en la que se gestó.
Vaya esto por delante.
Desde niño me he sentido fascinado por el barro, por el frío
tacto de la piedra abandonada en el medio de la nada, por aquellos rincones que
en nuestras casas parecían estar
plagados de serpientes y arañas, insectos de todo tipo, acaso de
fantasmas de niños muertos en sueños imposibles. Y desde niño he buscado ese hálito de muerte
oscura que hace iluminarse la llama intacta de la vida. He sido un buscador de la noche, de la eterna
noche inmaculada, del fuego negro que enternece la blanca sábana, y creo haber
encontrado esa tiniebla redentora que es a su vez hoguera luminosa en varios
sitios. Primeramente en los relatos de
H. P. Lovecraft y de E. A. Poe, después entre las canciones de J. Buckley, Nick
Drake y Porcupine Tree (el grupo más británicamente melancólico que he
escuchado nunca), más tarde en el cine de Dreyer y Bergman, o en el de Egoyam y
Fassbinder y Wenders, aún más tarde en los versos de los románticos alemanes y
en los de Wolfe, de Cuenca, Carver y últimamente en los de J. M. Mesanza. Y ahora va y llega mi amigo Miguel Lage y me
planta encima de la mesa unos cómics de Hellboy. Llevo algo más de una semana flipando,
totalmente mesmerizado. Para mí, eso
está claro, habrá siempre un antes y un después de conocer a Hellboy. Creo que me he vuelto a enamorar como si
fuera un adolescente.
Algo así me pasó cuando era
más jovencito, eso es cierto, con el descubrimiento de dos autores, H.
P. Lovecraft y J. L. Borges (etapa que cerraría de forma maravillosa al
escribir y publicar un breve estudio comparativo sobre ellos en el nº24 de la
Revista Castilla: Estudios de Literatura – Universidad de Valladolid). Pero hacía como tropecientos años que no
volvía a descubrir el mundo de la creación literaria con tal intensidad (mis
incursiones poéticas y por la espiritualidad han sido de otro tipo), tan “in
your face”, por decirlo en inglés. Los
que me conocen saben que, a ratos, puedo
ser obsesivo (nada grave, creo) y que siempre me ha resultado agradable
olvidarme del mundo exterior para interiorizar un poco y así volver a salir
cambiado del torbellino interno que todos compartimos. Pues eso me ha pasado y claro, ya de vuelta
(o casi), quería compartir con vosotros esta nueva pasión. Como me da a mí que voy a tener bastante qué
decir, este es el primer post sobre el mundo de Hellboy.
Y bien. Qué hay en
Hellboy. Acaso debería decir qué no
hay. Pues es una obra híbrida en todos
los sentidos, tanto temáticos como formales.
Ya sabéis que mi Tesina se centró en la hibridación genérica (en la
poesía de James Fenton, pero esto es otra historia, y una muy larga, by the way),
así que todo lo que sea traspasar fronteras genéricas me interesa. Por un lado, Hellboy es a la vez cómic,
pintura, cine y, si me apuras, videojuego, pero lo que más me interesa es que en sus páginas se mezclan
los valores narrativos, los líricos y los dramáticos de una manera escepcional. Sus historias beben a la vez del Pulp más
rancio, del horror de Lovecraft, del humor negros, de lo meramente
detectivesco, de la mitología más culta y del folclore más tradicional, todo
ello aderezado con constantes guiños post-post-post-post-post-(añade los posts
que quieras)-postmodernos. Pero esta
disección es baladí, obviamente, una obra de arte funciona en conjunto y no
parte por parte. El conjunto todo lo
comprende y es lo que da sentido a cualquier manifestación; esto es lo que
ocurre con Hellboy, que la obra es tan masiva que a uno le recuerda a la Iliada
o la Odisea, o al Gilgamesh mesopotamio, o a la magnificencia del Beowulf
anglosajón o a la delicadeza del Kalevala finés. Todos estos valores épico brillan en Hellboy,
pero están siempre matizados por un deseo infinito de llegar hasta el alma
lírica del mundo, esa alma que es el aliento primero del universo. La canción de la madre que se enrosca cual
serpiente en el árbol sagrado para convertirse a su vez en estertor de
muerto. En otras palabras, en las
viñetas de Hellboy importa tanto lo que se dice como lo que se sugiere, pero de
esto me ocuparé con mayor profundidad en la entrada de la semana que
viene. Esta no deja de ser una
introducción.
Y como no quiero alargarme, pues toda introducción ha de
tender hacia lo breve (respetemos, pues, la convención genérica aquí), me
despido con un poema que le he dedicado a uno de los héroes más maravillosos
que nos ha dado la cultura del Cómic.
Espero que os guste:
HELLBOY
por Francisco José Francisco Carrera
Hay días en que desde que te levantas
uno no está para gaitas,
sabes que todo va a ir mal,
que habrá más mierda que de costumbre
pululando por el universo
y que por mucho que te esfuerces
no podrás limpiarla toda.
Son días jodidos, amigo,
eso es cierto,
son días, para qué vamos a negarlo,
en los que lo mejor sería quedarte en la cama,
pero no, claro, el mundo está ahí
y siempre habrá alguien
con ganas de reventarlo,
y es que el mundo
está jodido de parte a parte,
jodido como esos días
jodidos
en los que todo se jode un poquito más
en cuanto miras para otro lado.
Pero aquí estoy yo, dispuesto a todo,
pistola en mano y sin apenas esperanza
de que esto acabe pronto o cambie un poco.
¿Sabes? Hoy es un día
de esos,
de esos días jodidos, de hecho es
uno de los días más jodidos que he conocido
(y he conocido muchos, créeme)
pero es un día más al fin y al cabo
y no tengo nada mejor que hacer
que acabar de nuevo otro trabajo
y de paso salvar el mundo.
Mañana, tenlo por seguro,
voy a tener agujetas.
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