Por Francisco José Francisco Carrera
Soy
un enfermo
de
angustia
Soy
un enfermo
silencioso
que
agoniza
tristemente
en
cada esquina.
En
cada esquina
agonizo
silencioso
con
la amargura
de unos labios
que,
enfermos,
propagan
vicio
y
calentura.
Soy
un enfermo
de
amor,
enfermo
de sexo,
infectado
y para siempre
de
las tinieblas
que
reptan
tras
el manantial
de
tus caricias.
Y
tengo hambre,
mucha
hambre,
hambre
de muerte
y
hambre de vida,
pero
sobre todo
hambre
de ti,
de
tus ojos de tus manos
de
tus piernas de tu alma,
hambre
de siglos,
hambre
infinita.
Enfermo,
sí,
pero
orgulloso,
orgulloso,
sí,
pero
paciente.
He
venido aquí
para
enfermar
más
todavía,
para
que la fiebre
devore
sin prisa
el
tierno corazón
que al oscuro pecho
da cobijo.
El
lecho nupcial
que
nuestros
cuerpos
erigieron
bajo
la luz dorada
que
fecundaba
cada
instante
es hoy ya lecho enfermo
pero
antes fue
la ciénaga primera,
fuego
dadivoso e infernal.
Y
así, contagiados de lujuria,
bebimos
la sangre
derramada
y dios
abrió
los ojos,
para
que un divino
animal corriera
por
nuestras venas
gimiendo enloquecido
y
pudiera atravesar,
absoluto
y bello,
las
praderas del mundo
en la mayor libertad.