Hace
algún tiempo tuve claro que quería hacerme un nuevo tatuaje, el primero que me
hice, como sabéis, coincidió con un período muy agitado en mi vida en el que mi cómodo mundo se resquebrajaba de parte a parte al perder
un trabajo que consideraba estable después de 11 años en los que me había dedicado
en cuerpo y alma la E. U. de Educación de Soria. De esta manera, inicié entonces un proceso de desintegración
muy profunda por el cual necesité deconstruirme para volverme a reconstruir del todo, me
refugié en mis poemas, en mi amor por Raquel y por los bichines que habitaban
nuestra casa (Kibo, tan lindo siempre, Gandalf, nuestra preciosa conejilla de
indias que murió este septiembre, que dejo de ser luz y coneja para ser LUZ,
simplemente, dulcemente), en la meditación, en el heavy metal, en la psicología transpersonal y en otras muchas cosas que tampoco viene al caso enumerar.
En
esa época ya había estudiado profundamente el budismo Zen y el Taoísmo,
empezaba a interesarme por el Sufismo y ya había dado algunos pasos con lo que
ahora ocupa casi todo mi tiempo de investigación/meditación sobre la Realidad,
el Advaita Vedanta y los textos clásicos del hinduismo.
Bien,
como muestra de renacimiento me volví a abrir la oreja izquierda para ponerme un pendiente (algo que también hice a los 14 años) y me tatué en mi muñeca derecha dos ideogramas
chinos, el de luz y el de agua, los mismos que lleva (pues ella lo hizo antes)
Raquel en su espalda. La simbología es clara, Raquel, que ha sido un viento
huracanado que ha venido a levantar en mi mente, mi cuerpo y mi alma nuevas
estructuras donde antes había desiertos, siempre ha sido en mis poemas luz y agua, luego pasaría a ser fuego, pero eso es otra historia.
Hace
algunos meses decidí que, al cumplir los 40 años de edad (esto fue en junio),
quería realizar un nuevo “rito de paso”, algo así como un renacimiento. Mi yo
adolescente, heavy y pendenciero, se me acercó en sueños y me dijo, “¿colega,
con lo que tú eras de salvaje y macarra, cómo has llegado a los 40?”, yo
sonreí, le di un abrazo y le respondí “es que dejé de ser lo que era para ser
otras cosas que tampoco soy, y aquí me tienes, en constante metamorfosis, en
continuo viaje consciencial por el mundo”. Me miré, me mandó a la porra con un
gesto austero y me dijo “pos fale, pos bueno, me voy a tomar un par de birras y
un bocata de chorizo, ¿te vienes?”, yo le dije que no, que ya no bebía y que
además me había hecho vegetariano, con una enorme risotada se las piró y yo me
desperté del sueño, me levanté (eran las 5 de la madrugada) y me fui al puf del estudio donde suelo meditar…
Ya a la hora del desayuno, sentí que el símbolo del tao podía ser una buena opción, pero luego
la rechacé, me resulta tan evidente como bella, y bueno, casi que decidí pasar
del símbolo a los ideogramas, que me parecen muy chulos.
Y
así, cuando estaba ya concretando el asunto, el otro miércoles por la tarde en
mi despacho de la uni, entre artículos sobre el haiku y la bellísima hermenéutica
analógica en la que me ha metido mi hermano Juan R. Coca, me vi como llevado a una calle de Bombai (ciudad que no conozco
todavía), dentro de un taxi, y bueno, con una ida de olla de esas chulas que me
gusta, el taxista me dijo algo, yo no lo entendí pero lo que está dentro de mí sí, tradujo y…, bueno, pues algo hizo click, o clack, o cluck, da lo mismo. Y supe, o algo se supo.
Cogí
el teléfono y llamé al estudio de tatuajes, y traca, en minutos ya estaba todo apalabrado.
Aquí
está.
Om,
la sílaba que inicia el mundo, el mantra más simple, you name it.
Y
es sánscrito, claro, uno de los idiomas que más me han fascinado en mi vida, y que, claro está, no conozco (a ver, soy tan pero tan ignorante de tantas y tantas cosas),
pero que me enamoró cuando tenía 20 añitos y en la uni estudiaba poesía inglesa
y norteamericana y me volvía loco con T. S. Eliot y su Shanti! Shanti! Shanti! en The Wasteland.
Un
nuevo ciclo completado, que además se cerró en otros sentidos el julio pasado cuando acabé el
máster de psicología transpersonal y mi tesis sobre la creatividad en
Krishnamurti. Uno nuevo se abre, ¿adónde irá? Quién sabe…
Os
quiero chic@s, os quiero con toda la fuerza de la que mi pequeño corazón es
capaz, os quiero porque os quise mucho antes de conoceros, mucho antes de que
ninguno de los que aquí estamos abrieras sus ojitos llenos de luz a este mundo
tan maravilloso.
Namaste.
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