¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

sábado, 28 de septiembre de 2013

LA HISTORIA DE UN TATUAJE

Hace algún tiempo tuve claro que quería hacerme un nuevo tatuaje, el primero que me hice, como sabéis, coincidió con un período muy agitado en mi vida en el que mi cómodo mundo se resquebrajaba de parte a parte al perder un trabajo que consideraba estable después de 11 años en los que me había dedicado en cuerpo y alma la E. U. de Educación de Soria. De esta manera, inicié entonces un proceso de desintegración muy profunda por el cual necesité deconstruirme para volverme a reconstruir del todo, me refugié en mis poemas, en mi amor por Raquel y por los bichines que habitaban nuestra casa (Kibo, tan lindo siempre, Gandalf, nuestra preciosa conejilla de indias que murió este septiembre, que dejo de ser luz y coneja para ser LUZ, simplemente, dulcemente), en la meditación, en el heavy metal, en la psicología transpersonal y en otras muchas cosas que tampoco viene al caso enumerar.

En esa época ya había estudiado profundamente el budismo Zen y el Taoísmo, empezaba a interesarme por el Sufismo y ya había dado algunos pasos con lo que ahora ocupa casi todo mi tiempo de investigación/meditación sobre la Realidad, el Advaita Vedanta y los textos clásicos del hinduismo.

Bien, como muestra de renacimiento me volví a abrir la oreja izquierda para ponerme un pendiente (algo que también hice a los 14 años) y me tatué en mi muñeca derecha dos ideogramas chinos, el de luz y el de agua, los mismos que lleva (pues ella lo hizo antes) Raquel en su espalda. La simbología es clara, Raquel, que ha sido un viento huracanado que ha venido a levantar en mi mente, mi cuerpo y mi alma nuevas estructuras donde antes había desiertos, siempre ha sido en mis poemas luz y agua, luego pasaría a ser fuego, pero eso es otra historia.

Hace algunos meses decidí que, al cumplir los 40 años de edad (esto fue en junio), quería realizar un nuevo “rito de paso”, algo así como un renacimiento. Mi yo adolescente, heavy y pendenciero, se me acercó en sueños y me dijo, “¿colega, con lo que tú eras de salvaje y macarra, cómo has llegado a los 40?”, yo sonreí, le di un abrazo y le respondí “es que dejé de ser lo que era para ser otras cosas que tampoco soy, y aquí me tienes, en constante metamorfosis, en continuo viaje consciencial por el mundo”. Me miré, me mandó a la porra con un gesto austero y me dijo “pos fale, pos bueno, me voy a tomar un par de birras y un bocata de chorizo, ¿te vienes?”, yo le dije que no, que ya no bebía y que además me había hecho vegetariano, con una enorme risotada se las piró y yo me desperté del sueño, me levanté (eran las 5 de la madrugada) y me fui al puf del estudio donde suelo meditar…

Ya a la hora del desayuno, sentí que el símbolo del tao podía ser una buena opción, pero luego la rechacé, me resulta tan evidente como bella, y bueno, casi que decidí pasar del símbolo a los ideogramas, que me parecen muy chulos.

Y así, cuando estaba ya concretando el asunto, el otro miércoles por la tarde en mi despacho de la uni, entre artículos sobre el haiku y la bellísima hermenéutica analógica en la que me ha metido mi hermano Juan R. Coca, me vi como llevado a una calle de Bombai (ciudad que no conozco todavía), dentro de un taxi, y bueno, con una ida de olla de esas chulas que me gusta, el taxista me dijo algo, yo no lo entendí pero lo que está dentro de mí sí, tradujo y…, bueno, pues algo hizo click, o clack, o cluck, da lo mismo. Y supe, o algo se supo.


Cogí el teléfono y llamé al estudio de tatuajes, y traca, en minutos ya estaba todo apalabrado.

Aquí está.

Om, la sílaba que inicia el mundo, el mantra más simple, you name it.

Y es sánscrito, claro, uno de los idiomas que más me han fascinado en mi vida, y que, claro está, no conozco (a ver, soy tan pero tan ignorante de tantas y tantas cosas), pero que me enamoró cuando tenía 20 añitos y en la uni estudiaba poesía inglesa y norteamericana y me volvía loco con T. S. Eliot y su Shanti! Shanti! Shanti! en The Wasteland.

Un nuevo ciclo completado, que además se cerró en otros sentidos el julio pasado cuando acabé el máster de psicología transpersonal y mi tesis sobre la creatividad en Krishnamurti. Uno nuevo se abre, ¿adónde irá? Quién sabe…

Os quiero chic@s, os quiero con toda la fuerza de la que mi pequeño corazón es capaz, os quiero porque os quise mucho antes de conoceros, mucho antes de que ninguno de los que aquí estamos abrieras sus ojitos llenos de luz a este mundo tan maravilloso.


Namaste.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Mantente erguido...

Uno de los autores que más amo es Lanza del Vasto, si no lo conocéis, espero que algún día tengáis rato para leer sobre él (una vida fascinante) y sobre todo para leer sus escritos, aunque casi todo está en italiano y francés. Bueno, hoy simplemente tenía en mi memoria uno de sus poemas más famosos (y no suelo tener poemas en mi memoria) y me apetecía compartirlo con vosotros...

Lanza del Vasto, Mantente erguido

En la dicha o en la angustia,
en miseria o en riqueza,
en salud o enfermedad,
mantente erguido y sonríe.

Ante quienes se abalanzan,
o se echan al vacío,
o se hieren mutuamente,
mantente erguido y sonríe.

Y si avanzan a codazos,
y ávidos tienden la mano
o se ocultan al acecho,
mantente erguido y sonríe.

Ante aquellos que disputan,
ante aquellos que se injurian,
y los que cierran los puños,
y los que apuntan sus armas,
mantente erguido y sonríe.

En el día de la ira
y de la desbandada,
cuando todo cae y arde,
solo en medio del pavor,
mantente erguido y sonríe.

Cuando oigas tu alabanza,
o te escupan en la cara,
mantente erguido y sonríe.

Y si estás entre los tuyos,
mantente erguido y sonríe.
Y delante de tu amada,
mantente erguido y sonríe.

En los juegos y en las danzas,
mantente erguido y sonríe.
En vigilias y en ayunos,
mantente erguido y sonríe.

Sólo, en el alto silencio,
mantente erguido y sonríe.

Y ya al borde del gran viaje,
aun cuando lloren tus ojos,
mantente erguido y sonríe.