Soñaste con sus labios
y sus labios florecieron.
Luego, más confiado
por tu éxito,
dibujaste las líneas
preciosas de su cuerpo
y su cuerpo, luminoso,
floreció.
Con el calor del alcohol
recorriendo tu esperanza
te acercaste para ver
si era real o una quimera
pues la luz engañosa
del disco bar perdía
las formas y las tornaba
humo, deseo y agonía.
Ella, mientras tanto,
había hecho florecer
otros labios,
otro cuerpo,
y ese cuerpo,
esos labios
tuvieron mejor suerte.
Así,
jodido,
restregando
tu dignidad
en el barro oscuro
de tu impotencia
y lamiendo tus
heridas
te fuiste para casa
sintiendo como tu
sexo palpitaba
y tu corazón dolía
hasta casi reventar.
No lloraste.
Para qué.
Pero supiste que volverías
a soñar sus labios
y a dibujar las líneas de su cuerpo
y que alguna vez,
seguro,
tendrías suerte,
acaso el próximo sábado,
acaso el verano en la piscina,
acaso, sólo acaso,
en otra tierra,
en otras vidas.
¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")
jueves, 30 de julio de 2015
sábado, 11 de julio de 2015
JANO BIFRONTE
Por Francisco J. Francisco
Como
el mar
recorriste
el horizonte.
Fuiste
una palabra,
un
sueño, tal vez
menos
que eso,
tal
vez la misma
nada.
Tan
fugaz, tu rostro
formulaba
silogismos
que
tus labios
se
encargaban de negar.
Un
Marx alcoholizado
reescribe
El Capital
con
una sonrisa sardónica
y
maléfica
mientras
Descartes
espera
encontrar en sueños
la
lógica incomprensible
del
amor.
Perdiste
el miedo
leyendo
a Schopenhauer.
recobraste
tu heredad
en
páginas del Rigveda.
Sólo
tú y el horizonte,
sólo
la música del camino,
el
polvo y la arena
cubriendo
tu rostro hasta el final.
Como
el mar
te
olvidaste de tu nombre.
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