¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

sábado, 4 de junio de 2011

EL CIELO SOBRE BERLÍN O EL CANTO MÁS HUMANO DE LOS ÁNGELES



Para mi hermana Mª Paz, que sabe de los ángeles.
A mí desde muy jovencito me ha fascinado Alemania y sobre todo Berlín. He de reconocer que aunque hace algunos años pude viajar a este país por primera vez, Berlín sigue estando en mi lista de ciudades por visitar. Lo de Alemania, como os decía, me viene de muy atrás pero mi amor por Berlín es más reciente y va unido a otro profundo amor: al cineasta Wim Wenders y, sobre todo, a sus películas El cielo sobre Berlín y Tan lejos, tan cerca. Hoy voy a hablar de la primera and the rest, como diría el cantante de los Porcupine Tree, Steven Wilson, will follow.
Creo que conocer el cine de Wenders es esencial en un mundo como el que nos ha tocado vivir. Es necesario, digo, porque nos humaniza y nos hace ver más allá de los cuerpos y las formas. Porque es metafísico y puramente carnal al mismo tiempo. Porque sus planos tienen la callada elocuencia de la poesía japonesa y porque su manera de contarnos historias parece salida de las entrañas del mundo detrás del mundo. Su cine es, como diría el Cocoroto, “la hostia de bonito, y la hostia de profundo también, oye”.
Pues al turrón, El cielo sobre Berlín (que lleva un falso pero poético título en su libre traducción al inglés: Wings of Desire), es un canto a las formas corpóreas pero realizado desde un punto de vista principalmente angélico. No sabría deciros cuántas veces he visto esta peli, pero posiblemente más de 30 y menos de 50 (true story, brothers) y esto es así porque se me renueva constantemente con cada visionado. Hay días en que sólo presto atención a las imágenes, otras a las palabras de “Colombo” en inglés (el personaje de Peter Falk es esencial para entender el meollo de la película), otras a los diálogos entre los ángeles, según me encuentre, vamos. Y hay días en que me baño en ella, en todo lo que es, o en todo lo que mi cuerpo y mente y corazón finito pueden abarcar, en plan meditación total, así, a lo bestia. Y siempre salgo renovado y con una sonrisa de oreja a oreja y de la calva a la punta de los pies.
En mi opinión, los 15 primeros minutos y la media hora final son de lo más granado que el cine nos ha ofrecido (y nos ha ofrecido mucho, eso está claro). Y tampoco os diré mucho más, que no quiero “quitaros” el placer de descubrir esta joya por vosotros mismos. Tampoco quiero adelantaros muchas de las revelaciones que vais a poder escuchar…, cada línea de guión es prodigiosa y podría citaros muchas. Algunas de mis favoritas son estas: “tenéis demasiados colores para poder situaros en el tiempo”, “pero a veces la existencia espiritual es poco para mí”, “esa sensación de bienestar, como si en el interior del cuerpo una mano me acariciara suavemente”, “en la profundidad de la noche, hoy empezará la primavera”. Pero la que más me gusta es sin duda parte de la conversación que los dos ángeles protagonistas mantienen entre ellos sobre los pequeños milagros que han presenciado: “una mujer ha cerrado el paraguas a pesar de que llovía para poder mojarse”.
Es tal la carga lírica de esta obra que muy acertadamente se ha dicho de ella que está más cercana a la poesía y a la música que a la narración lineal (Desson Howe, The Washington Post, 1 Julio, 1988). No podría estar más de acuerdo.
Ahora bien, una peli con música de Nick Cave, referencias a Homero, un circo decadente en quiebra, varios ángeles, diversos idiomas en acción y unas vistas aéreas de Berlín sobrecogedoras, una peli con todo esto, digo, ha de ser casi a la fuerza una obra maestra.
Mención a parte (y final) merece el increíble poema de P. Handke que estructura ciertas partes esenciales de la película. Con dicho poema os dejo por hoy hasta el próximo domingo en que regresaré con la segunda parte de mi trilogía Wim Wenders.
Un abrazo desde mi corazón hasta el secreto precioso que da aliento a vuestras entrañas.
“Cuando el niño era niño”, por Peter Handke, escrito para la película "El cielo sobre Berlín" de Wim Wenders.

Cuando el niño era niño andaba con los brazos colgando,
quería que el arroyo fuera un río,
que el río fuera un torrente, y que este charco fuera el mar.
Cuando el niño era niño no sabía que era niño,
para él todo estaba animado,
y todas las almas eran una.

Cuando el niño era niño no tenía opinión sobre nada,
no tenía ninguna costumbre,se sentaba en cuclillas,
tenía un remolino en el cabello,
y no ponía caras cuando lo fotografiaban.

Cuando el niño era niño era el tiempo de preguntas como:
¿Por qué yo soy yo y por qué no tú?¿Por qué estoy aquí y por qué no allí?
¿Cuando empezó el tiempo y dónde termina el espacio?
¿Acaso la vida bajo el sol no es sólo un sueño?
Lo que veo y oigo y huelo,
¿no es sólo la apariencia de un mundo ante el mundo?
¿Existe de verdad el mal y gente que realmente son malos?
¿Cómo puede ser que yo, el que soy,
no fuera antes de devenir,y que un día yo, el que yo soy,
no seré más ese que soy?.

Cuando el niño era niño le costaba tragar las espinacas,
los chicharros, el arroz con leche y la coliflor al vapor,
y ahora come todo, no solo por necesidad.
Cuando el niño era niño alguna vez despertó en una cama extraña,
y ahora, lo hace una y otra vez.
Muchas personas le parecían maravillosas,y ahora, solo si hay suerte,
le parece bella alguna que otra, nada más.
Cuando el niño era niño
se imaginaba claramente un paraísoy ahora, acaso, lo adivina.
No podía pensar una nada,
y hoy, se estremece ante ella.
Cuando el niño era niño jugaba entusiasmado,
y ahora se concentra como antes
solo cuando se trata de su trabajo.
Cuando el niño era niño las manzanas y el pan le bastaban de alimento,
y todavía es así.
Cuando el niño era niño las moran se le caían en la manos cuando las tenía llenas,
y es así todavía;
las nueces frescas le ponían áspera la lengua,
y ahora todavía;
encima de cada montaña tenía el anhelo de una montaña más alta,
y en cada ciudad el anhelo de una ciudad aún más grande…,
y siempre es así todavía.
En la copa del árbol tiraba de las cerezas
con igual deleite como hoy todavía;
se asustaba de los extraños…
como todavía se asusta;
esperaba las primeras nieves…y todavía las espera.
Cuando el niño era niño
lanzó un palo como una lanza contra el árbol…
y hoy vibra ahí todavía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario