¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

domingo, 31 de octubre de 2010

LAS DERROTAS NECESARIAS



El pasado sábado 23 de octubre se falló en Soria el Premio de Poesía Gerardo Diego. Lo cierto es que a penas le he dedicado atención a dicho evento en los últimos años (mi vida universitaria, como sabéis, ha sido especialmente intensa y, pour ansi dire, compleja) y solamente he presentado dos trabajos a él. Para esta edición había preparado una obra muy especial para mí. Como ya os he contado, creo, en otra entrada del blog, el año pasado me pasé una mañana mirando fijamente el cuadro de Medusa que pintó Glen Vause y acabé entrando en un proceso meditativo muy profundo y rico. Después del largo tiempo dentro de los ojos de mi amada gorgona, volví a este supuesto mundo real pero algo había cambiado dentro de mí: la mirada de la Medusa me había devuelto un pedacito cierto de corazón y un sabor a infancia de galleta mojada en galletas un domingo por la mañana de Navidad. Desde entonces he estado trabajando en algo que me gusta llamar Ciclo Medusa o Mundo Medusa y que constará de varios poemarios acerca de figuras femeninas históricas o míticas (María Magdalena, la emperatriz Irene de Bizancio, Boadicea, Freya, Selene, Medusa, etc.) y mitos sobre lo masculino y lo femenino. De estas “visiones de la Medusa” nació el trabajo que, como decía, había presentado este año al concurso, trabajo que decidí denominar Los hombres que eran mujeres que eran serpientes. Pues bien, como da a entender el título de la entrada de hoy, no gané. Experimenté lo que desde hace ya algún tiempo considero como una “victoria necesaria”.

A ver si me explico un poco mejor. Todo lo que ocurre es “justo” en el sentido de que es “justo” lo que ocurre y no otra cosa, no lo que deseamos, lo que queremos, lo que consideramos mejor para nosotros, etc. Por ello, lo que ocurre tiene un algo de necesidad elemental, de cualidad primordial y esencial. Esto, por supuesto, no quiere decir que las cosas estén predeterminadas, nunca me lo pareció así, pero creo que lo que aparece en nuestras vidas está ahí para que nosotros podamos acercarnos un poco más a la plenitud, y este segundo paso es sólo cosa nuestra. Pero a lo que iba…, lo cierto es que este año tenía muchas esperanzas puestas en ganar el premio, consideraba el poemario con calidad y con un aire mítico que me parecía que podía aportar algo nuevo. Así, cuando el domingo por la mañana siguiente al fallo del premio (que fue un acierto, al menos para la ganadora, y cómo me alegro por ella) leía la nota de prensa y que me enteraba de que no había ganado me sentí en paz conmigo mismo y todavía con más ganas de seguir escribiendo poemas (como veréis más adelante).

Hace años recuerdo que dí una conferencia en un congreso de Lingüística Inglesa que versaba sobre el Ingles Agroforestal y la Poesía, recuerdo que asistió mucha gente ante lo bizarro de la temática (mis temáticas siempre fueron un tanto extrañas o, como decía mi amigo americano-irlandés David Carey, “very, very weird, just like you, mad Spaniard”, y es que el bendito de David alucinó un poco cuando se dio cuenta de a qué tío zumbado había invitado a dar una serie de 10 conferencias sobre Amor y Enseñanza en la universidad de Dublín en la que trabajaba). Bien, nunca olvidaré las primeras palabras que pronuncié, palabras que no tenía preparadas y que me vinieron del fondo del alma. Dije algo así como “quiero que sepáis que el que aquí veis antes de ser experto en inglés técnico o literatura fue, y sigue siendo, un artista del error, un verdadero connaisseur del fracaso, se me da de miedo errar y me he equivocado tantas veces en mi vida que celebro del mismo modo mis victorias y mis derrotas, todas ellas han sido necesarias para llegar al punto en el que estoy y desde el que voy a seguir adelante”. Pues eso, me reafirmo en lo que dije aquel día ya lejano.

Creo que esta sociedad nuestra ha desplazado de forma astuta lo verdaderamente importante, lo, digamos, esencial. El adagio ese de que lo que importa es participar es a su vez minado por la tele, los profesores, los padres y hasta el carnicero de la esquina. ¿Acaso no es cierto que lo que se nos da a entender las más de las veces con las acciones (que importan más que las palabras, of course) es que lo verdaderamente importante es “tener éxito”, sea como sea, pises a quien pises, aunque en el proceso te destroces a ti mismo y a tu entorno? Y ahí está el primer error de base, en la idea del “éxito” y su opuesto “fracaso”. Yo os preguntaría ¿puede tener éxito un fracaso? Para mí es claro que sí, y eso hace que cada una de mis “tortas en los piños” procure evaluarla pasado un tiempo y no con los morros doloridos y ensangrentados. Y pensad lo siguiente también, ¿acaso no os ha ocurrido que una supuesta victoria o éxito se ha convertido con el tiempo en una verdadera maldición zíngara de la que no había manera de escapar? Está claro que esto es así, pero no sé qué leches nos pasa y siempre nos olvidamos. Así, está de moda el quejarnos por todo: si tenemos trabajo, de lo mucho que trabajamos, si no tenemos, de lo terrible que es estar en paro, si no tenemos para comer lo que queremos, de cómo nos gusta el marisco y hoy tocan garbanzos, incluso nos quejamos de dolor de tripa cuando nos hemos puesto como chanchos en una boda sabiendo como sabemos que miles de personas se mueren de hambre en el mundo. Y nos quejamos y nos quejamos, nos quejamos porque todos queremos “ganar”, todos queremos tener nuestro minuto de gloria (y si son un par de horas, tanto mejor). Y luego, venga, repetid una y mil veces si queréis que “lo que importa es participar”, a ver quién narices se lo va a creer.

Pero de nuevo me voy un poco a temas más profundos y sociales que el que aquí me ocupa. Yo aquí venía a hablar de mi poemario, como decía Umbral de su libro. Bear with me, my pals. Pues eso, que no he ganado y que, por ahora, no tengo manera de publicarlo (al tiempo, todo lo que tiene que llegar, llega) pero me apetecía pensar en él, reelerlo y eso y dedicarle una entradilla victoriosamente derrotada.


Los hombres que eran mujeres que eran serpientes se estructura en tres partes y tiene como tema principal la superación de las diferencias genéricas. Ya sabéis los que me conocéis (y los que me habéis sufrido como profesor) que yo cuando veo a una persona no llegó a lo genérico-biológico hasta una segunda etapa, esto es, que alguien sea hombre o mujer por biología no me interesa demasiado, me interesa el ser en sí, nada más. Me interesa lo que le hace soñar, lo que le apasiona, sus miedos, su corazón de corazones. Luego la biología o la opción sexual aparecen, pero son marginales. Yo, por ahora, me defino por hombre biológico y heterosexual por opción, pero nada dicen estos términos de lo que en verdad soy, de las cosas que me gustan hasta que se me derrite el alma en almíbar de cereza o de mi pasión por beber tragos de horizonte violeta cada tarde desde la terraza de mi casa o de navegar oscuro y silencioso y pleno de luminosas sombras en los veleros estupendos que fleta mi mujer en cada una de sus miradas o con cada una de sus palabras. Pues eso, Los hombres que era mujeres que eran serpientes “narra” la transformación mítica de un hombre en serpiente pasando antes por ser mujer. Todo se inicia con el sueño de una voz masculina ante una roca y acaba como acaba, que no os lo voy a destripar. La parte central nos cuenta las historias de las hermanas que más me interesan en la mitología griega, las terribles, pero adorables para mí, Gorgonas: Medusa, Esteno y Euríale. Al final unifico todo en un poema que lleva el título del poemario.

Ya sé que no abundan los lectores de poesía (y mira que yo he intentado durante 11 años de docencia presencial en la UVA y otros muchos a distancia en la UNED hacer nuevos adeptos, bien sé, que algunos he conseguido, y me alegro) pero si a alguien le interesa todo esto, puede pedirme que le envíe el poemario este de Los hombres que era mujeres que eran serpientes (lo que me gusta el título, oye) a mi e-mail de siempre: franjosefran@hotmail.com y se lo envío en pdf y ya maquetado y todo oye, todo por el módico precio que ahora te cuento: cuando te llegue tienes que sonreír no menos de 5 veces cuando no tengas ganas de hacerlo y decirte “es maravilloso sentir esta respiración”. Ya, lo sé, yo y mis “chorradicas” pero es que soy yo y no puedo dejar de serme a mí mismo cuando estoy entre mis amigos, y vosotros lo sois, guapos. Bueno y si no queréis hacerlo, da lo mismo, ya sonrío yo por vosotros, os envío el poemario igual, hala. Morenos salados, cositas lindas, lucecitas preciosas que calientan mi corazón los días de frío con el sabor de la amistad y del amor.

En cualquier caso, esta entrada victoriosa en la derrota va a acabar como suele hacerlo este poético blog, con más poemas. De este supuesto “fracaso” (realmente no suelo utilizar estos términos, hoy lo hago por claridad semántica, yo suelo hablar de situaciones, y ya está, de cosas que, simplemente, ocurren) yo he sacado muchas ideas subjetivamente buenas (o así me lo parecen) y me voy a quedar con algunos de los poemas que he compuesto esta semana. Os dejo con ellos y os doy las gracias por acompañarme, soy un lobo solitario que sabe disfrutar de la compañía de los otros, este acaso es el don que más aprecio. En cualquier caso, como decían en aquella película maravillosa que es Into the Wild (traducida al español por Hacia rutas salvajes) y que me aconsejó mi querido amigo Sergio Benito, “happiness is only real when shared”, usease, “la felicidad sólo es real si es compartida”.

Besos muchos para todos.

LAS DERROTAS NECESARIAS
por Francisco José Francisco Carrera

Tras perder nuevamente un concurso de poesía

No hubo victoria en el mundo
que no necesitara a su vez
de su debida derrota. No hubo
ni puede haber pérdida sin
ganancia, avance sin parada,
amor sin su ansiado desamor
ni placer sin su justa medida
de desespero y de dolor.

Las derrotas, no te engañes,
son tan importantes en
tu vida como las ansiadas
victorias. Agradece así
cada uno de tus fracasos
pues de alguna manera cierta
una de las lecciones de la vida
que no deberíamos olvidar
es que necesitamos las derrotas
para aprender que tarde o
temprano siempre acabamos
por ganar, siempre por entender
lo que nos quisieron ocultar
justo después de nacer:

que lo más cierto era falso
y lo falso, a su vez,
lo único que era cierto.


Y este es uno de mis favoritos…


LA VERDADERA REALIDAD
Por Francisco José Francisco Carrera

Hay derrotas que nos saben a victoria
y victorias tan amargas que nos rompen
y derrotan.

Recuerda que ganar o perder es un
sueño que olvidarás ciertamente cuando
al final despiertes a lo que es en hora cierta
la Verdadera Realidad.

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