¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

sábado, 9 de octubre de 2010

EL PODER DE UNOS VERSOS



Para alguien que ama la poesía y que desde hace ya muchos años tiene la feliz costumbre de leer poesía todos los días de su vida, el encontrar nuevas “píldoras de luz” es uno de los momentos más bellos de su discurrir cotidiano. De esto hablaba hace poco con mi amigo el Cocoroto mientras nos emborrachábamos muy canallamente a base de té de jazmín bien cargado y galletas escocesas de mantequilla. Y mira tú que hablando de versos que nos hubieran cambiado la vida, coincidíamos en unas líneas de un poeta muy caro para ambos, el americano E. E. Cummings. Un personaje maravilloso que nos ofreció varios poemas de esos que se quedan en tu corazón y parece que los has tenido allí desde siempre o desde antes de siempre. Yo recuerdo que el primer poema que leí/estudié suyo fue en la Facultad y se titulaba “Buffalo Bill ha muerto” (pedazo de título, ¿verdad?), pero no fue hasta más tarde que me enamoré de su obra. Y fue gracias a otra ola preciada y preciosa que viene de un mar dulce y salado a la vez, como la vida misma, la gema de lirismo inveterado que es la peli de Woody Allen “Hannah y sus hermanas” (acaso mi favorita de Allen, acaso no, Otra mujer o Delitos y faltas, también son deliciosas, pero me gustan tantas, ay, me gustan tantas y tantas…). En la peli se cita un verso de Cummings, un verso que forma parte de uno de los finales más prodigiosos de la historia de la poesía, un final de poema que quise decirle a la mujer que amo aquella noche en que sus ojos me enseñaron hasta qué punto el mundo puede doler y alegrar a la vez un mismo corazón, un verso que quise decirle a todos mis alumnos cuando les veía tan perdidos como yo lo estuve siempre y siempre lo voy a estar y así está bien y lo celebro, un verso que le he querido susurrar a todos mis amigos cuando tienen un día jodido y compartiendo una cerveza nos contamos nuestras penas…, ese trocito de poema que me gustaría decir a todos las personas en los días grises de tristeza y de dolor y de soledad…, en esos días me gustaría acercarme y sin cara, sin cuerpo y sin nombre, susurrar muy quedamente en su oído lo siguiente:

“(no sé qué hay en ti que se cierra
y se abre;pero algo en mí comprende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
nadie, ni siquiera la lluvia, tiene unas manos tan pequeñas”

(E. E. CUMMINGS)

Y sin más, marcharme, y seguir viajando por el mundo de los vivos y de los muertos. Y seguir llorando cada día, y seguir riendo a cada instante.

Ay, queridos míos, cuán bello es caminar a vuestro lado, compartir los mismos amaneceres y cantar canciones de amor y de pena, sobre todo cantar hasta que la voz me falle y entonces incluso, cuando ya no pueda cantar, tararear, o dar palmas, lo que sea…

Y os dejo con un poemita mío recién compuesto para la ocasión:

LAS MANOS DE LA LLUVIA
Por Francisco José Francisco Carrera

Tus manos son más bellas
que la lluvia. Y la lluvia
siempre me ha parecido
preciosa y delicada, dulce
y especialmente increíble.
¿Que qué quiero decir con
todo esto? Poca cosa, querida,
como siempre nada importante,
es algo muy simple aunque
lo hagamos complicado,
quiero decirte que te quiero,
amor mío, luz de mi vida,
que te quiero
como sólo es capaz
de querer en silencio
el que ha perdido la razón
para ganar entre tus brazos
un verdadero corazón.

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