He
llorado mucho. En mi vida he llorado
mogollón. He llorado por heridas en las
piernas, en los brazos, algunas en el corazón.
He llorado de mala hostia, de pura y oscura frustración. He llorado también de alegría, de amor, de
felicidad, de placer. He llorado
tanto. Tanto…
Y
aquí estamos, ante la llegada de ese pulso que ha de venir de Sirio y a su vez
de Alción, ese pulso de luz que reconectará el mismo sol con nuestro centro
energético, que hará que las alas nos crezcan por momentos.
Estoy
llorando. Escribo y estoy llorando. Porque me siento en ti y te siento en mí,
herman@ mí@.
Y
me doy cuenta de que tus lágrimas y las mías son las mismas, siempre lo han sido. Cierro los ojos y siento cómo palpita
tiernamente tu frente, cómo levemente rozas tus piernas con esas manos
florecidas que tan bellamente portas. Te
miro, amig@ mí@, y me doy cuenta de que te amo tanto porque este momento, este
aquí, ahora, es tan luminoso que apenas puedo entender qué he hecho para
merecer tal regalo, conocerte, conocerme, vivir este segundo, respirar el
frescor de la creación.
Somos
reyes antiguos que han venido a las ciudades de piedra de los hombres a
recordar su divina niñez en las estrellas, aquel sabor a pica-pica, el primer
estornudo que lo seguía, el tacto de la hierba, el olor de la nieve… Y tú y yo nos miramos y miramos el mundo que
nos mira, y todos nos reconocemos, y recordamos y activamos nuestro ADN dormido
y ya está, así de fácil. Dejamos las
armas, los insultos, los odios, como si fueran simples juguetes enmohecidos por
un tiempo ya soñado. Y ahora todos
caminamos de la mano y palpitamos, herman@s, con un MISMO CORAZÓN.
Gracias
por dejar que mi aliento se entrelace con el milagro de tu vida, querdid@ mí@,
gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario