¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

martes, 13 de diciembre de 2011

UN RELATO PARA NAVIDAD

Besitos de Navidad a todos,
por lindos,
por guindos,
por preciosones...
y porque sí.
Holita a todos, queridísimos míos.  Hoy, para desearos feliz Navidad y eso, he decido colgar un relato de los que estoy escribiendo últimamente, y esto es  novedad porque no suelo compartirlos fuera del "círculo de confianza", vamos que le enseños mis poemas a todo el mundo (llamadme desvergonzado), pero mis  relatos sólo a unos pocos (por ahora).  Digamos que siento que  estoy "aprendiendo el oficio" de narrador.  Pero llega la hora de un poco de "exhibicionismo" y qué mejor que bajo la luna de agosto, jajaja.  Pues eso, para estas Navidades os dejo con mi relato titulado "CONFESIONES DESDE LA OTRA VIDA", el que por ahora es el sexto de mi proyecto de recopilación de relatos bajo el título "Sus ojos eran el fuego" que espero haber terminado para las Navidades que vienen.
Espero que os guste, no es muy largo pero siempre podéis parar de leer si no os interesa, que lo suyo es aprovechar el tiempo haciendo las cosas que nos gustan, ¿verdad?

Nos vemos después de las fiestas.


CONFESIONES DESDE LA OTRA VIDA
por Francisco José Francisco Carrera
para Raquel, 
mi "chica índigo que vino de las estrellas", 
ella sabe muy bien por qué
           
            Hay días en los que sueño y te me apareces.  Te me apareces como si nunca te hubieras ido a esa orilla ruidosa de la vida.  Porque los muertos soñamos, no paramos de soñar.  Y recordamos.  Y a veces jugamos a las cartas.  Y a veces hacemos el amor.  Pero yo, la verdad, nunca he acabado de encajar aquí, en esta tierra tan lenta y tan clara y silenciosa. Con todo, acabé tan harto de estar vivo que tuve claro desde el principio que, lo que es yo, no me movía de aquí aunque el panorama no fuera para tirar petardos de alegría por haber alcanzado al fin la esfera espiritual.

            Lo cierto es que tú has sido la muerta más viva de todo este plano, te lo digo desde ya.  Y mira que yo no acabo de encajar, pero es que tú llegaste y lo desencajaste todo desde el primer día.  Abrimos la puerta, nos vamos hacia la luz y en un momento estamos allí y tú, desde ya mismo (aunque el tiempo había dejado de existir) empiezas a descojonarte como loca.  Pedazo de carcajadas, oye.  Y yo, pensando para mí, tierra trágame, sólo que la tierra, por así decirlo, ya se me había tragado.  Todo el mundo (todas las almas, quiero decir) allí, con cara de “qué cojones le viene pasando a la tipa esta que entra aquí y se parte el pecho” (pecho que ya no tiene, el cuerpo se deja, es cierto, que hay que hacer sitio y eso y en espíritu se está bien, oye).

            Allí, ante el “mostrador de bienvenida”, estamos los dos en pura “seidad” o algo, una cosa tremebunda, para fliparlo.  Y tú lo único que podías hacer era reírte como si estuvieses viendo un monólogo del club de la comedia de esos que tanto te gustaban.  Yo pensé “si llegas a tener cuerpo, te meas seguro” y fue ahí, en ese momento (que no es momento, que es eternidad, os lo acabo de decir), justo ahí, cuando reparé en que no tenía ni manos, ni pies, que por no tener ya no tenía ni culo…, y que, por lo tanto, había dejado de ser calvo.  Luego tuve la impresión de que había comenzado a ser todo yo una “calvidad supina y perfecta”.  Hete aquí que me había convertido en un ente.  O algo así como un ente.  Y no era yo, claro.  No era quien había sido en la vida que acababa de dejar de la manera más tonta.  Digo tonta porque palmarla por haber ingerido un bocadillo de sardinas en mal estado es, estarás de acuerdo conmigo, la manera más gilipollas de espicharla.  Maldita sea la gracia, yo “que mira que la lata está caducada, pero muy caducada, como que varios años” y tú “que tampoco pasa nada, que es como lo de los yogures, que les cambian la fecha de caducidad para venderlos igual y a nadie le pasa nada”, yo “pero escucha, que es mejor pasar hambre que tener una cagalera de cagarte” y tú, erre que erre, “que nos la comemos y ya está, que lo que no mata, engorda".  Y mira por donde, nos mató.  Pero a lo que iba, que ya no era quien había sido en la vida, aunque en no siendo recordaba muchas cosas y hasta detalles, vamos que todavía tenía todo como muy cerquita.

            Pues eso, que allí estábamos: etéreos, ligeros y un poco a ver qué pasaba ahora (que ya no había ahora, ni antes, ni después, molaba porque nunca me habían gustado ni los relojes ni los calendarios).  Parecíamos unos guiris a los que se les había perdido la maleta en un aeropuerto lejano y puñetero.  Y así estuvimos hasta que en esa eternidad recalcitrante y llena de vacío y vacía de sentimientos de cabreo o ansiedad se nos apareció de la nada (con un PLOP de lo más bonito y saleroso) nuestro espíritu guía.  Flipante, chicos, flipante.  A lo que tú, que ibas a tu rollo hasta después de muerta, seguías con tu “descojonus maximus”, así, a toda risa.  Y, sin palabras, el otro ente (ente superior a todas luces, uno de los importantes aquí, que tampoco es aquí, que es un no lugar, algo como muy místico pero con cierto olor a tortilla de patata), nos hizo saber que éramos bienvenidos a la que siempre había sido nuestra casa.  Joder, y sin hipoteca ni notario ni nada, así, tan fácil, sin juegos de llaves ni fontaneros ni reuniones de vecinos.  ¿Pero qué leches habíamos estado haciendo entonces en la otra vida, en la que nos creíamos que era de verdad?  Puto engaño la vida, pensé, vaya suerte la muerte.  Y me acordé de mi hermano Jonás, profesor de Latín en la Universidad de León. 

            Ah…, mi hermano Jonás, un friqui de lo más friqui que si le dejabas era capaz de venderte sus calzoncillos usados y te los acababas llevando en mano y con cara de haber encontrado el chollo de tu vida.  Pedazo de labia que tenía mi hermano.  El Jonás, el Predicador, como lo llamaba Elvira, su mujer, vaya par de dos.  Elvira era fotógrafa para un periódico aunque su verdadera pasión era el Tarot.  Pero a lo que iba, me acordé entonces de Jonás, que era un jodido iluminado del Advaita Vedanta; menudas chapas nos soltaba a toda la familia en Navidad: que si la nada es el todo, que si lo que es, es, y no hay más, que si esto y que si aquello.  Y el  muy brasas (que era muy brasas) siempre me dejaba unos tochos de libros que no se los fumaba ni el Bob Marley en una fiesta jamaicana en la que se hubiera acabado la marihuana.  A mí me daba la risa tonta cada vez que veía los títulos “Esto es Ello”, “Lo que es”, “Llamando a tu propia puerta”, o el que más me gustaba: “Bienvenido a casa”.  Y claro, fue oír a la entidad esta dándonos la bienvenida y a poco se me escapa la risa a mí también, y lo que tiene estar en espíritu es que lo que eres, lo eres a cascoporro, y si te da la risa te conviertes en la risa y si no te lo crees, mira lo que le había pasado a mi mujer, que seguía, como es normal, a lo suyo, riéndose sin parar y como para toda la eternidad…

            Y entonces empezó lo bueno, por decirlo de alguna manera.  Nos dieron, para que me entiendas, “pase abierto” a todo el rollito de la “esfera celestial” o “el mundo del espíritu”, que tampoco tengo muy claro cómo llamarlo ahora que ya he dejado claro a los jefes de por aquí que yo no me vuelvo a encarnar, “que no tengo cuerpo” (se ríen cuando les digo eso) “para tener cuerpo de nuevo”.  Y mira que me gusta irme de cañas, hartarme de comer hamburguesas, rascarme el culo cuando me pica y otras cosas molonas de la vida corporal, pero yo he tenido ya bastante con la última, a mí lo que me priva en este momento de mi…, ¿debo decir muerte? es estar así hasta la eternidad, en compañía de esta gente tan maja que es la gente espiritual. 

            Aquí, lo  primero que pierdes es el nombre, vamos que dejas de llamarte, a la mierda carné de identidad.  Y poco a poco vas dejando lo demás: los recuerdos, las filias y las fobias, los deseos, vamos que te quedas sin na, y vas en pelota a todas partes y no te preocupa el qué decir o el qué dirán.  Tan ricamente, oye, o más.  Y así durante.., qué se yo, ¿os he dicho ya que aquí no existe el tiempo?  Pues eso, que durante algo de tiempo, una miaja, casi na, recorrí todo lo recorrible y luego ya, habiendo olvidado hasta mi identidad, me baje de nuevo a esta explanada tan bonica y aseada.  Y allí seguías tú, y ya no te reías, estabas, de hecho, más bien seria y yo diría que cabreada.

            Vienes hacia mí (lo poco de “mí” que quedaba) y me espetas, indignada, que tú aquí no pintas nada, que este rollo tan de anuncio de papel  higiénico, dices, o, aún  peor, de compresas, no te mola y que tú te vuelves para algún cuerpo, el que sea, y a la voz de ya que no aguantas aquí ni un minuto más (¡pero no ves que aquí-que-no-es-aquí no existe el tiempo, ¡coño, a ver si nos centramos y estamos a lo que hay que estar!).  ¡Joder, que a mí esto me pilla por sorpresa! Y es que yo nos veía juntitos por los tiempos de los tiempos, ya sin prisas, ni sms, sin volver a cambiar la foto del Facebook ni hacer cuentas con hacienda, olvidarme por fin de volver a pasar la ITV y ya para siempre dejar de hacer caso al puñetero despertador. Yo es que lo flipaba, la verdad.  Poco me podía imaginar que tú quisieras largarte cuando apenas hacía unas horas (que no eran horas, claro) que habíamos llegado.  Pero claro, cada uno es cada uno, así que resignado te dije que vale, que te fueras, que yo, ya que habíamos venido, me iba a quedar y que pasaba de otra experiencia corporal, que con la suerte que había tenido en la última no tenía yo ganas de repetir.

            Y así me encuentro ahora, soñando sueño tras sueño, porque los muertos no paramos de soñar, nos pasamos la vida (la muerte quiero decir) soñando y entretenidos con cualquier pijada hasta que nos volvemos a encarnar.  Y me dicen por aquí los más sabios que tú te has reencarnado ya en la hija de una psiquiatra holandesa y de un dentista de Arizona que viven en Seattle en una casa cojonuda y con jardín, o sea que te lo vas a pasar de miedo esta vez, porque cuando te acuerdes del infecto cuchitril que era nuestra casa de Gijón, oscura y húmeda y canija, te va a volver a dar el descojone y lo mismo te estás así hasta que te internen en el puto psiquiátrico de la pija babosa de tu madre… ¡Osplis, tú, qué  mala sangre me está entrando y justo ahora que empezaba a llevar bien esto de la pura espiritualidad! De esta me degradan seguro, ya te digo, y me mandan para la tierra sin preguntar y me toca repetir mi última vida sólo que  esta vez todavía nazco más feo y más estúpido y más capullo, si es posible, claro. 

            Y yo, en este ahora sin ahora, que no es nunca y no es siempre, me pregunto si en algún punto de tu nueva identidad te acordarás de mí, de cómo nos acariciábamos cada noche antes dormir, de cuántas veces habíamos soñado con mandarlo todo al carajo y empezar una vida nueva en Bali o de montar una franquicia de jabones en Dublín, de tantas ideas locas que se nos venían a la cabeza cuando estábamos agotados de realidad…, ay, quién sabe si te acordarás, pero me gusta pensar que sí, que lo harás. 

            Yo, si cierro estos ojos que no son ojos y me concentro como mucho y to pa dentro, puedo verte ahora en tu cuna, sonriendo, feliz por tu nuevo cuerpo, sabiendo todo lo que hay que saber del mundo: que es un gran juego, una enorme pantomima y que, pase lo que pase, la otra, esta que ahora disfruto yo aunque te eche de menos, la otra, digo, la verdad, puede ser mejor, pero es un huevo de aburrida. Porque lo que es yo, qué quieres que te diga, te echo de menos, amor mío, echo tanto de menos tus labios, tus palabras y hasta tus ataques de risa que he llegado a plantearme pedirme un cuerpo nuevo para estas Navidades y bajar a buscarte por el mundo de los vivos hasta que, por arte de birlibirloque, tú y yo nos encontremos y , como si no quiere la cosa, nos volvamos a enamorar. 

            Te prometo que si al final me animo y lo hago, esta vez seremos felices porque con todo lo que hemos aprendido seguro que ahora funciona.  Esta vez sabremos ser felices y sabremos amar de verdad. 




2 comentarios:

  1. Me he leído la entrada de arriba a bajo, además hace poco me vi la película "El planeta libre" y es que conforme iba leyendo era como verlo en la película, y en cierto modo se que realmente es así todo.

    María Olague.

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