Besitos de Navidad a todos, por lindos, por guindos, por preciosones... y porque sí. |
Espero que os guste, no es muy largo pero siempre podéis parar de leer si no os interesa, que lo suyo es aprovechar el tiempo haciendo las cosas que nos gustan, ¿verdad?
Nos vemos después de las fiestas.
CONFESIONES
DESDE LA OTRA VIDA
por
Francisco José Francisco Carrera
para Raquel,
mi "chica índigo que vino de las estrellas",
ella sabe muy bien por qué
mi "chica índigo que vino de las estrellas",
ella sabe muy bien por qué
Hay
días en los que sueño y te me apareces.
Te me apareces como si nunca te hubieras ido a esa orilla ruidosa de la
vida. Porque los muertos soñamos, no
paramos de soñar. Y recordamos. Y a veces jugamos a las cartas. Y a veces hacemos el amor. Pero yo, la verdad, nunca he acabado de
encajar aquí, en esta tierra tan lenta y tan clara y silenciosa. Con todo,
acabé tan harto de estar vivo que tuve claro desde el principio que, lo que es
yo, no me movía de aquí aunque el panorama no fuera para tirar petardos de
alegría por haber alcanzado al fin la esfera espiritual.
Lo
cierto es que tú has sido la muerta más viva de todo este plano, te lo digo
desde ya. Y mira que yo no acabo de encajar,
pero es que tú llegaste y lo desencajaste todo desde el primer día. Abrimos la puerta, nos vamos hacia la luz y
en un momento estamos allí y tú, desde ya mismo (aunque el tiempo había dejado
de existir) empiezas a descojonarte como loca.
Pedazo de carcajadas, oye. Y yo,
pensando para mí, tierra trágame, sólo que la tierra, por así decirlo, ya se me
había tragado. Todo el mundo (todas las
almas, quiero decir) allí, con cara de “qué cojones le viene pasando a la tipa
esta que entra aquí y se parte el pecho” (pecho que ya no tiene, el cuerpo se
deja, es cierto, que hay que hacer sitio y eso y en espíritu se está bien,
oye).
Allí,
ante el “mostrador de bienvenida”, estamos los dos en pura “seidad” o algo, una
cosa tremebunda, para fliparlo. Y tú lo único
que podías hacer era reírte como si estuvieses viendo un monólogo del club de
la comedia de esos que tanto te gustaban.
Yo pensé “si llegas a tener cuerpo, te meas seguro” y fue ahí, en ese
momento (que no es momento, que es eternidad, os lo acabo de decir), justo ahí,
cuando reparé en que no tenía ni manos, ni pies, que por no tener ya no tenía ni
culo…, y que, por lo tanto, había dejado de ser calvo. Luego tuve la impresión de que había
comenzado a ser todo yo una “calvidad supina y perfecta”. Hete aquí que me había convertido en un
ente. O algo así como un ente. Y no era yo, claro. No era quien había sido en la vida que acababa
de dejar de la manera más tonta. Digo
tonta porque palmarla por haber ingerido un bocadillo de sardinas en mal estado
es, estarás de acuerdo conmigo, la manera más gilipollas de espicharla. Maldita sea la gracia, yo “que mira que la
lata está caducada, pero muy caducada, como que varios años” y tú “que tampoco
pasa nada, que es como lo de los yogures, que les cambian la fecha de caducidad
para venderlos igual y a nadie le pasa nada”, yo “pero escucha, que es mejor pasar
hambre que tener una cagalera de cagarte” y tú, erre que erre, “que nos la
comemos y ya está, que lo que no mata, engorda".
Y mira por donde, nos mató. Pero
a lo que iba, que ya no era quien había sido en la vida, aunque en no siendo
recordaba muchas cosas y hasta detalles, vamos que todavía tenía todo como muy
cerquita.
Pues
eso, que allí estábamos: etéreos, ligeros y un poco a ver qué pasaba ahora (que
ya no había ahora, ni antes, ni después, molaba porque nunca me habían gustado
ni los relojes ni los calendarios). Parecíamos
unos guiris a los que se les había perdido la maleta en un aeropuerto lejano y
puñetero. Y así estuvimos hasta que en
esa eternidad recalcitrante y llena de vacío y vacía de sentimientos de cabreo
o ansiedad se nos apareció de la nada (con un PLOP de lo más bonito y saleroso)
nuestro espíritu guía. Flipante, chicos,
flipante. A lo que tú, que ibas a tu
rollo hasta después de muerta, seguías con tu “descojonus maximus”, así, a toda
risa. Y, sin palabras, el otro ente
(ente superior a todas luces, uno de los importantes aquí, que tampoco es aquí,
que es un no lugar, algo como muy místico pero con cierto olor a tortilla de patata),
nos hizo saber que éramos bienvenidos a la que siempre había sido nuestra
casa. Joder, y sin hipoteca ni notario
ni nada, así, tan fácil, sin juegos de llaves ni fontaneros ni reuniones de
vecinos. ¿Pero qué leches habíamos
estado haciendo entonces en la otra vida, en la que nos creíamos que era de
verdad? Puto engaño la vida, pensé, vaya
suerte la muerte. Y me acordé de mi
hermano Jonás, profesor de Latín en la Universidad de León.
Ah…,
mi hermano Jonás, un friqui de lo más friqui que si le dejabas era capaz de
venderte sus calzoncillos usados y te los acababas llevando en mano y con cara
de haber encontrado el chollo de tu vida.
Pedazo de labia que tenía mi hermano.
El Jonás, el Predicador, como lo llamaba Elvira, su mujer, vaya par de
dos. Elvira era fotógrafa para un
periódico aunque su verdadera pasión era el Tarot. Pero a lo que iba, me acordé entonces de Jonás, que
era un jodido iluminado del Advaita Vedanta; menudas chapas nos soltaba a toda
la familia en Navidad: que si la nada es el todo, que si lo que es, es, y no
hay más, que si esto y que si aquello. Y
el muy brasas (que era muy brasas)
siempre me dejaba unos tochos de libros que no se los fumaba ni el Bob Marley
en una fiesta jamaicana en la que se hubiera acabado la marihuana. A mí me daba la risa tonta cada vez que veía
los títulos “Esto es Ello”, “Lo que es”, “Llamando a tu propia puerta”, o el
que más me gustaba: “Bienvenido a casa”.
Y claro, fue oír a la entidad esta dándonos la bienvenida y a poco se me
escapa la risa a mí también, y lo que tiene estar en espíritu es que lo que
eres, lo eres a cascoporro, y si te da la risa te conviertes en la risa y si no
te lo crees, mira lo que le había pasado a mi mujer, que seguía, como es
normal, a lo suyo, riéndose sin parar y como para toda la eternidad…
Y
entonces empezó lo bueno, por decirlo de alguna manera. Nos dieron, para que me entiendas, “pase
abierto” a todo el rollito de la “esfera celestial” o “el mundo del espíritu”,
que tampoco tengo muy claro cómo llamarlo ahora que ya he dejado claro a los
jefes de por aquí que yo no me vuelvo a encarnar, “que no tengo cuerpo” (se
ríen cuando les digo eso) “para tener cuerpo de nuevo”. Y mira que me gusta irme de cañas, hartarme
de comer hamburguesas, rascarme el culo cuando me pica y otras cosas molonas de
la vida corporal, pero yo he tenido ya bastante con la última, a mí lo que me
priva en este momento de mi…, ¿debo decir muerte? es estar así hasta la
eternidad, en compañía de esta gente tan maja que es la gente espiritual.
Aquí,
lo primero que pierdes es el nombre,
vamos que dejas de llamarte, a la mierda carné de identidad. Y poco a poco vas dejando lo demás: los
recuerdos, las filias y las fobias, los deseos, vamos que te quedas sin na, y
vas en pelota a todas partes y no te preocupa el qué decir o el qué dirán. Tan ricamente, oye, o más. Y así durante.., qué se yo, ¿os he dicho ya
que aquí no existe el tiempo? Pues eso, que
durante algo de tiempo, una miaja, casi na, recorrí todo lo recorrible y luego
ya, habiendo olvidado hasta mi identidad, me baje de nuevo a esta explanada tan
bonica y aseada. Y allí seguías tú, y ya
no te reías, estabas, de hecho, más bien seria y yo diría que cabreada.
Vienes
hacia mí (lo poco de “mí” que quedaba) y me espetas, indignada, que tú aquí no
pintas nada, que este rollo tan de anuncio de papel higiénico, dices, o, aún peor, de compresas, no te mola y que tú te
vuelves para algún cuerpo, el que sea, y a la voz de ya que no aguantas aquí ni
un minuto más (¡pero no ves que aquí-que-no-es-aquí no existe el tiempo, ¡coño,
a ver si nos centramos y estamos a lo que hay que estar!). ¡Joder, que a mí esto me pilla por sorpresa!
Y es que yo nos veía juntitos por los tiempos de los tiempos, ya sin prisas, ni
sms, sin volver a cambiar la foto del Facebook ni
hacer cuentas con hacienda, olvidarme por fin de volver a pasar la ITV y ya para siempre dejar de hacer caso al puñetero
despertador. Yo es que lo flipaba, la verdad. Poco me podía imaginar que tú quisieras
largarte cuando apenas hacía unas horas (que no eran horas, claro) que habíamos
llegado. Pero claro, cada uno es cada
uno, así que resignado te dije que vale, que te fueras, que yo, ya que habíamos
venido, me iba a quedar y que pasaba de otra experiencia corporal, que con la
suerte que había tenido en la última no tenía yo ganas de repetir.
Y
así me encuentro ahora, soñando sueño tras sueño, porque los muertos no paramos
de soñar, nos pasamos la vida (la muerte quiero decir) soñando y entretenidos
con cualquier pijada hasta que nos volvemos a encarnar. Y me dicen por aquí los más sabios que tú te
has reencarnado ya en la hija de una psiquiatra holandesa y de un dentista de
Arizona que viven en Seattle en una casa cojonuda y con jardín, o sea que te lo
vas a pasar de miedo esta vez, porque cuando te acuerdes del infecto cuchitril
que era nuestra casa de Gijón, oscura y húmeda y canija, te va a volver a dar
el descojone y lo mismo te estás así hasta que te internen en el puto psiquiátrico
de la pija babosa de tu madre… ¡Osplis, tú, qué
mala sangre me está entrando y justo ahora que empezaba a llevar bien esto
de la pura espiritualidad! De esta me degradan seguro, ya te digo, y me mandan para la tierra sin preguntar y me toca repetir mi última vida
sólo que esta vez todavía nazco más feo y más estúpido y más capullo, si es posible,
claro.
Y
yo, en este ahora sin ahora, que no es nunca y no es siempre, me pregunto si en
algún punto de tu nueva identidad te acordarás de mí, de cómo nos acariciábamos
cada noche antes dormir, de cuántas veces habíamos soñado con mandarlo todo al
carajo y empezar una vida nueva en Bali o de montar una franquicia de jabones
en Dublín, de tantas ideas locas que se nos venían a la cabeza cuando estábamos
agotados de realidad…, ay, quién sabe si te acordarás, pero me gusta pensar que
sí, que lo harás.
Yo,
si cierro estos ojos que no son ojos y me concentro como mucho y to pa dentro,
puedo verte ahora en tu cuna, sonriendo, feliz por tu nuevo cuerpo, sabiendo
todo lo que hay que saber del mundo: que es un gran juego, una enorme pantomima
y que, pase lo que pase, la otra, esta que ahora disfruto yo aunque te eche de
menos, la otra, digo, la verdad, puede ser mejor, pero es un huevo de aburrida. Porque lo que es yo, qué quieres
que te diga, te echo de menos, amor mío, echo tanto de menos tus labios, tus
palabras y hasta tus ataques de risa que he llegado a plantearme pedirme un
cuerpo nuevo para estas Navidades y bajar a buscarte por el mundo de los vivos
hasta que, por arte de birlibirloque, tú y yo nos encontremos y , como si no quiere la cosa, nos
volvamos a enamorar.
Te
prometo que si al final me animo y lo hago, esta vez seremos felices porque con
todo lo que hemos aprendido seguro que ahora funciona. Esta vez sabremos ser felices y sabremos amar de verdad.
Me he leído la entrada de arriba a bajo, además hace poco me vi la película "El planeta libre" y es que conforme iba leyendo era como verlo en la película, y en cierto modo se que realmente es así todo.
ResponderEliminarMaría Olague.
Thanks for reading!!!!!!!!!!!!!!!!!
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