A ver por dónde empiezo…
Durante una época muy oscura de mi vida me vi perdido del todo y sin
capacidad de encontrarme. Me imagino que
esta sensación, tan profundamente humana, os sonará a muchos, acaso a
todos. En ese momento de suprema
oscuridad pedía que se mostrara el camino pues yo me veía incapaz de ver por dónde
podía quedar, y mañana tras mañana, tras levantarme de la cama, lo único que
había ante mí era un muro de hormigón de 100 metros de alto por
10 de ancho, y largo como la Muralla China, oye, y eso en Soria es una
barbaridad, como que daba vueltas y vueltas en un no parar (de dar vueltas y
vueltas).
Rendido ya a la noche del alma que me frecuentaba rato sí,
rato también, acabé topándome con un puesto de libros de segunda mano que se
había situado cerca de la Plaza del Olivo (los que conocen Soria sabrán del
lugar) y allí me encontré con un montón de textos esenciales de espiritualidad
oriental. Me pillé varios sobre Zen y
dos o tres de Krishnamurti (que pronto
tendrá su entrada). El Zen me dio una
bofetada dulce y cariñosa y me llevó al Tao, que lejos de ser una bofetada es
en todo momento una caricia, también dulce y cariñosa. Y desde entonces me convertí al Taoísmo más
profundo (como también convertido estoy al Cristianismo, al Budismo, al Sufismo
y a muchos otros ismos y noísmos). Y
claro, no es que yo sea taoísta, que eso no se puede, es que el Tao es yo, o el
no-yo, o lo que queda cuando te vas para llegar a alguna parte que al fin y al
cabo no es ninguna otra parte que la parte donde siempre habías estado o no habías dejado nunca de estar. Lo que
sea.
A mí me empezó patidifusando hasta el cogollo eso de que “el
verdadero Tao no puede ser definido” (léase con voz de sabio taoísta para darle
más mística a algo que no tiene nada de mística ni mixtificación). “Jopelines”, me dije yo para mí mismo (y así,
todo junto, que iba yo como con prisa en aquel tiempo, y además me estaba
haciendo pis y tenía que ir al baño a la voz de ya), “esto es una rayada que lo
flipas, tío”. Y me quedé así, como con
ganas de que pasara algo o dejara de pasar.
Escuchando. No sé.
El colega Lao, tan lindo él... |
Pero fuera lo que fuera, funcionó. Y a día de hoy el Tao Te Ching (el libro
clásico del Taoísmo, escrito por Lao Tzu) es mi texto espiritual favorito (por
llamarlo de alguna manera, el Tao es lo contrario a lo espiritual, si es que
hay algún contrario en la pura realidad, que es de lo que va el Tao)..
Mirad, el Tao es el Tao y es a la vez lo que no es el
Tao. O lo mismo no.
A mí me fascina especialmente una versión glosada (y no, el
Tao no necesita glosa, pero a veces mola el juego este de la redundancia, o a
los humanos nos gusta, o mejor dicho a nuestros cerebros) que tengo en inglés
por el Dr. Wayne Dyer (otro de mis favoritos, ay, cuánto le agradezco a este
señor que se haya manifestado en esta vida hablando uno de los pocos idiomas
que manejo con soltura). Y es que me
gusta más la traducción del chino al inglés que al español, a saber por qué. Pero también hay magníficas ediciones
españolas.
Mis dos ediciones favoritas |
Osho ha escrito bastante acerca del Tao. |
La primera vez que lo lees no te enteras de nada (al menos
yo), durante la segunda te enteras de lo mismo (de nada), tampoco en la tercera
o la cuarta. Esto mola, porque ya cuando lo has leído más de 20 veces (no es un
libro muy largo) ya aceptas alegremente que no te vas a enterar y lo celebras
con una ristotada que parte el universo en dos y de esta “partida de universo”
va y nace un vacío absoluto que está lleno del todo y de la nada y ahí ya está lo que está y lo que no está no está hasta
que de repente está sin estar para nada.
Y es que te descojonas. Y te
enamoras. Y gritas y saltas y callas y
mueres y vives y lloras y cantas. Y todo
mola cantidad y nada mola lo más mínimo.
El Tao…, ay, amigos míos, qué podría deciros del Tao, que
como el amor, nada florece sin él pero que no se necesita para florecer porque
en floreciendo se aparece el Tao dando la impresión de que no estaba aunque
siempre hubiese estado. O no.
Os quiero, amigos míos, os quiero un montón de piruletas (o
dos). Hasta el domingo que viene.
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