¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

viernes, 19 de noviembre de 2010

LA BELLEZA DE LA DOCENCIA



Para todos los alumnos que me acompañaron durante mis cursos y seminarios en Soria, Dublín, Creta, Hildesheim y, donde todo empezó, Oxford; para mis presentes alumnos de la Uned y para todos los que hayan de venir con el tiempo. Siempre fuisteis y sois vosotros los maestros, los que con vuestra mera presencia hacéis que haya algún atisbo de enseñanza. Cuando aprendemos algo no hay profesor ni alumnos, sólo existe uno de los hechos que nos hace más humanos, la capacidad de “compartir”.

Hace algunos años, mi amigo David Carey me invitó a la universidad irlandesa en la que trabajaba para impartir un seminario de dos semanas sobre el tema de “La enseñanza y el amor” (“Teaching and Love” lo titulé, todo el material que generé estaba, obviamente, en inglés). Aquellos días fueron bellísimos, llegué a amar a cada uno de mis más de 100 alumnos como si fueran mis hermanos. Recuerdo que durante las clases, tutorías y conferencias llegamos a reír, a llorar, a saltar, a cantar, a hablar de cosas íntimas como el dolor de no sentirse querido o el éxtasis de saber que nuestras almas se están abrazando aunque nuestros cuerpos no se toquen. Recuerdo entrar y mirar las caras de aquellos futuros profesores y dar gracias a Dios por estar allí para poder compartir sus vidas durante unas horas preciosas. Salía de cada sesión lleno de luz y con ganas de cambiar el mundo. Luego el Zen me enseñó que uno no está aquí para cambiar el mundo, uno está aquí, sólo eso, y puede, dado el momento, cambiar o, mejor, cambiar la manera en que percibe el mundo y a partir de ahí a veces el mundo cambia y a veces no, la realidad es la que es, y eso es la maravilloso de la vida, que simplemente es sin ningún otro fin, sin otra meta que no sea vivirse a sí misma.

Y bien, han sido muchos los cursos que he impartido o que he recibido a lo largo de mi vida: a distancia, presenciales, por internet, videoconferencia, you name it. La sensación que tengo ahora es de que muchas veces no había ni profesor ni alumno en el aula (o donde fuera), sólo existía la sensación de compartir todo, de que las fronteras desaparecían y el momento era tan rico que nada podía añadirse a la sensación de plenitud existente. Lo cierto es que he experimentado lo mismo en otras muchas ocasiones, claro está, aquella mañana en Dublín cuando, cansado, me senté ante el río y dejé pasar varias horas sin hacer nada y diluyendo mi identidad en cada gota de agua, o aquella noche oscura del alma en Oxford en que anduve hasta el confín del mundo conocido para, al llegar las primeras luces diurnas, volver a mi habitación alquilada siendo el mismo y habiendo cambiado totalmente. Esa sensación ahora siempre está ahí y ya no hace falta buscarla, ella te busca constantemente. Pero me encanta sentirla cuando me encuentro en un entorno docente o educativo, acaso por eso me apasiona tanto la enseñanza o, mejor dicho, el aprendizaje. Y quizás por eso quería dedicar esta entrada a un mundo que me ha regalado tantas cosas en mi vida.

Durante mis últimos años en la E. U. de Educación de Soria mi mayor empeño era llegar a transmitir a mis alumnos la intuición que me estaba floreciendo en las entrañas. Que nos convertimos en profesores cuando volvemos a ser alumnos y no antes. Que la paradoja es tan profunda (o tan obvia) que a veces se nos pasa por delante de los morros y no hacemos caso. Que para ganar hemos de perder algo y que solamente perderemos cuando haya algo que ganar. Y que esa es la base de la enseñanza, ese koan Zen, el Amor y la necesidad de Compartir (que es una forma de amor).

Sin amor no puede haber enseñanza. Nada se enseña ni se aprende de verdad sin amor. Aprender de memoria se dice en inglés y francés “aprender de corazón” (to learn by heart, apprendre par coeur) y es que no puede ser de otra manera.

De aquel seminario que acabo de hablaros salió también un artículo que escribí para una revista irlandesa de Educación y que por varios motivos no pudo ver la luz. Estas eran mis palabras para acabar el texto:

I know I will continue treading on this at the same time familiar and uncanny path until a darker shade of grey knocks on my door announcing the fading away of the Light and takes me into the unknown shores of oblivion where the only sounds around are the words we never uttered and the echoes of the past we never had, we never dare to have.

That which is not shared is forever lost.

Sigo creyendo en ello con la mima fuerza;

Aquello que no compartimos, se pierde para siempre.

Nada de lo que atesoras para ti te pertenece, si quiere poseerlo de verdad tienes que recordar que nunca fue tuyo y nunca lo será. Entonces el mundo podrás reclamar por heredad y nada en la tierra te será negado.

Y para acabar un poemilla que escribí con motivo de cierta celebración institucional de la E. U. de Educación, el centro en que verdaderamente me formé como profesor y al que debo demasiadas cosas como para enumerarlas aquí.

Que la luz fecunde
vuestros ojos con la belleza del amor.

MAGISTERIO


Por Francisco J. Francisco Carrera,

incluido en Esperando al Gordo Flanagan y otros poemas (2004)

El haber vivido el cielo y la tierra
en estos muros,
haber aprendido el susurro de la hierba
en cada sala,
abandonarnos dulcemente cada noche
al sueño de colores y fragancias
en un mundo sin ira ni tristeza
y habernos despertados sonriendo
ebrios y plenos de hermosura.

Sentir el misterio de la risa
en cada poro, en cada célula,
recordar que la luz nunca cesa
en las ventanas del alma,
fluyendo lentamente hacia un ocaso
que se hará bella madrugada
y en la que nos declararemos
orgullosos de estar para siempre
heridos de vida y de ternura.

Al fin,
haber compartido el idioma del amor
con cada alumno y en cada clase
pues eso y no otra cosa
es aprender a enseñar
y el verdadero nombre de la rosa.

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