¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

domingo, 7 de febrero de 2010

ACERCA DE NADA, ALEJOS DE TODO (O VICEVERSA)

Hay días, amigos, en que uno está en el mundo por estar, y ya es decir. De esos días en que nos levantamos, nos miramos en el espejo del baño y nos rascamos el culo uno o dos minutos antes de decir “y pa’ qué”. Vamos, que por nosotros nos quedábamos en la cama hasta que se nos plegaran los plenos pilares del paladar desde adelante hasta parapatrás. Es un “y pa’ qué” dicho con dejadez pero con gracia gitana…, y bueno, a ver, en esos días nos deslizamos por el mundo de manera gelatinosa y perezosuela: si hay que ir a por el pan, vamos, pero con un “y pa’ qué” en los labios; si hemos de hacer un pis y estamos sentados en el sofá, acabamos yendo (después de haber intentado contenernos un par de horas esperando que la orina se disipara como por arte de magia), pero con otro “y pa’ qué”; y así vamos dejándonos ir hasta la hora de volver a la cama y cerrar los ojos con un “y pa’ qué” final que sí encuentra respuesta: “pues pa’ qué va a ser, mejillón, pa’ dormirnos”, a lo que contestamos, todavía con desidia: “ah, bueno, si es pa’ eso, pues sí”.
Hoy domingo yo estoy en uno de mis días “y pa’ qué” y lo cierto es que me da pereza hasta pestañear (por eso estoy saltándome uno de cada dos pestañeos), yo creo incluso que he comido la mitad que otros días para poder masticar también la mitad. Pero con todo me he arrastrado desde el sofá hasta el ordenata para escribir mi entrada semanal del blog…, y es tal el esfuerzo que me ha supuesto que ya voy pensando en concluirla.

En concluirla…, ay, y pá qué…

El cielo cerró su oscuro espacio de labios.
Y allí, los amantes
se cercaron
y navaja en mano
supieron abrirse el corazón con pericia, con delicia, con la pasión primera del placer inesperado, con la fuerza ignota de los seres perdidos en las noches del dolor, con toda la astuta presencia del silencio.
Con los dientes se arrancaron
miembro a miembro
hasta ser tan sólo el recuerdo de la rabia,
el caótico viento del amor.

Para eso.

O por eso.

Entonces todo lo que había sido
dejó de ser,
él cerró la puerta con un beso,
ella abrió otra con sus ojos,
y dejando de ser
al mismo tiempo
volvieron a ser
a la vez
lo que nunca supieron:
el signo sobre la arena,
el fuego,
la brisa
y el mar.

Ya era uno
el sueño y la vigilia,
la sangre inundaba cada poro,
el sudor corría por las heridas
y los gritos ahora eran de silencio.

Ya eran uno,
eran mil a la vez,
eran la roca y el olvido de la roca,
eran la muerte misma
y todo por fin
estaba bien.

Y para qué,
para qué seguir
cantando
historias…,
acaso
para nada,
por nada,
con nada,
o todavía menos,
que nada
a veces es mucho
más que mucho
y nada parece
ser tanto
que me produce espanto.
Así que sí porque sí.
Y ya está.
Por eso mismo.

Mañana es lunes, dicen. Pero hasta mañana no voy a creérmelo del todo, sigo soñando con martes que se adelantan un día porque sí, porque se les pone en las narices; con miércoles que desaparecen para irse de cañas un día entero; con jueves que, ahítos de estar siempre en el medio, se van sin pedir permiso; con viernes que se deshacen para no volver a aparecer hasta la semana siguiente; con sábados que duran tres días y con domingos eternos que duran un par de segundos.

¿Pero y vosotros, tenéis días de esos de “y pa’ qué” o sólo nos ocurre a los calvos? Ya me contaréis…

Un besaco de saco y un abrazo de sobaco.

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