¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

jueves, 3 de diciembre de 2009

BREVE TRATADO SOBRE EL VIVIR CON MÁS GLORIA QUE PENA (Para todos los alumnos que han frecuentado mis enseñanzas, por todo lo que me han enseñado)


Cierra los ojos, amado hermano, y abre tu corazón. No temas ya nada, no ansíes otra cosa que este fugaz momento que nadie te puede arrebatar, descansa tu cabeza en esta hierba divina y deja de luchar con tu pasado. Eres lo que siempre has sido, antes siquiera de nacer a este mundo que consideras tu única realidad; serás siempre lo que estás siendo, mucho después de morir a este cuerpo que consideras real. Permite que te acaricie lentamente, que bese tus párpados con el frescor de la mañana, que recorra tus arterias con las sombras silenciosas del amor furtivo, que te acompañe adonde quiera que vayas, que te dé todo sin pedir nada a cambio.

Dime, amigo del alma, qué sientes, qué hay ahora que no hubiera antes o que habrá de haber más tarde. Pon tu mano en el pecho y maravíllate del palpitar de tu corazón, baja a tus entrañas y emociónate con el calor infinito del centro vital que compartes con el universo. Ay, olvida esos dolores dándoselos a la fuerza que todo lo acoge y lo transforma en amor y entendimiento.

Déjalo ir, amado mío, cede ahora y entra en el reino donde el uno es todos al ser ninguno, abre por fin la puerta de tu casa ahora que ya tienes la llave. Y date cuenta de que siempre habías estado aquí, sólo que no podías saberlo.


Sabes que es cierto.

Sabes que te amo.

Y sabes que no podría ser de otro modo.

Somos amor y silencio,

somos paz y alegría,

somos el viento y el agua,


y nada,


nada de nada,


puede darnos algo

que nos haga mejores

o más felices.

(Francisco José Francisco Carrera, El silencio de tu mirada, Obra en preparación, título provisional)


1) Sobre los objetos y las cosas.

Las cosas son realidades objetuales que pueblan nuestro espacio físico (en modo alguno el mental o el espiritual, que son, sobre todo el último, los que de verdad importan). Son, por ende, meras posesiones, extensiones de nuestro yo corpóreo y por tanto limitadas al mundo material. Bien, aceptando esto hemos de afirmar que, al fin y al cabo, las cosas no son esenciales, son instrumentos para conseguir otras cosas o alcanzar otros fines, sí, pero ahí termina su función. Por lo mismo, hemos de servirnos de ellas, nunca estar a su servicio. El buen juicio nos dictará su uso y conservación, nuestro apego a ellas ha de ser coherente, nunca ilimitado.
Las personas, sin embargo, son importantes y hemos de acercarnos a ellas con mayor cuidado. Si nos equivocamos al elegir un microondas, tan sólo habrá que cambiarlo por otro, incluso si no elegimos la casa de nuestra vida (nosotros mismos somos las casas de nuestras vidas) tan sólo tendremos que venderla (sí, rollo de papeleo y eso, pero nada que no se pueda hacer en un momento u otro). Pero, ay, si nos equivocamos eligiendo a las personas, o si deterioramos el cuidado de las que valen la pena, entonces estamos minando nuestra propia felicidad. La más bella casa, las más bellas posesiones no lucen si nuestro mundo personal y las personas que queremos no son bellas por dentro (esto es, si no están llenas de luz). La armonía nace de nosotros, de nuestro interior, y se expande al universo que nos rodea, no al revés. La energía que manifestamos puede provenir, en las etapas primeras de nuestra iluminación, en muchos casos de las personas con las que nos rodeamos.

2) Trabajo, dinero y relaciones humanas.

Trabajar es importante ya que da dinero y nos ayuda a realizarnos, esto es cierto, sin embargo lo más importante del asunto no es tener un trabajo fijo o dejar de tenerlo, lo que cuenta es amar lo que se hace o hacer lo que se ama. Lo importante radica en residir profundamente en el momento y desde ahí dejar que todo lo demás se despliegue y materialice como tenga a bien hacerlo. El dinero es importante, sí, en este mundo material, para “hacernos” más cómodas según qué cosas, pero es a su vez es algo que no nos da en modo alguno un instante de felicidad. Somos la felicidad misma y por ello no se nos puede dar por algo externo. El placer, por cierto, no ha de ser confundido con la felicidad inmóvil de la luz que llevamos dentro y que nos hace humanos y divinos al mismo tiempo. Además, es obvio que tener mucho dinero no es intrínsicamente "mejor" que tener poco, lo esencial aquí es aceptar y amar lo que hay y no depender de lo que no hay. Esto es, vivir el momento de la manera más presente y profunda posible. Un billete de 50 euros es, cuantivamente, más que uno de 5, pero, en el fondo, ninguno de los dos es mejor que el otro, son, simplemente, cantidades distintas. Hay personas felices ganando 1000 euros y hay otras profundamente insatisfechas con ingresos de 3.000, está claro que las cantidades son eso, nada más que cantidades. Como tales hemos de quererlas en su manifestación formal y física, como tales hemos de entenderlas.
En cualquier caso, mejor que el mejor trabajo, más rico que la mayor riqueza monetaria, es el poder amarnos a nosotros mismos y a partir de ahí amar a todos los que nos rodean. El traer abundancia de espíritu y de amor al otro implica abundar en las riquezas del alma y el corazón, meta última de nuestro peregrinar por la tierra. Aquel que ha visto un cielo infinito lleno de estrellas contemplando los ojos de las personas amadas en una tarde de domingo, lenta y perezosa en su despliegue, sabe bien a qué me refiero. En cualquier caso, lo esencial aquí es partir de un amor profundo a uno mismo para reconocer en nuestro interior que a la vez somos todos y ninguno, que llevamos en nuestro corazón cada una de las tristezas y alegrías de nuestros hermanos en el universo. Tampoco habremos de depender de las otras personas o de su amor, no es necesario, lo único que siempre gira y es cierto es el centro inmóvil de la belleza profunda que nos hace iguales en nuestra diferencia.

3) Regalos de la vida.

Cuando hemos tenido suerte y hemos disfrutado, al menos por un minuto, de ese sentimiento de no estar solos sobre la tierra, podremos decir que hemos aprendido a reconocer la verdadera felicidad, y es que siempre podremos volver a ese momento de luz, y la luz será tan intensa que, no importa cuán fuertes sean las sombras, iluminará nuestra vida.
El mejor regalo de nuestra existencia es la luz, por ello la buscamos fuera olvidando a veces que la llevamos dentro.

Prometeo no se equivocó en su regalo a los hombres.

4) Tres ángeles:

(Para MariPaz, angélica presencia en mi vida desde mi niñez: sabes que compartimos una misma llama y que tú me enseñaste a encender con ella un cielo estrellado y la luz de la compasión)

a) El ángel del amor todo lo llena y da plenitud a la vida.
b) El ángel de la paz interior nos hace uno con el mundo.
c) El ángel jubiloso nace en nuestro estómago y sube con premura a la cabeza para hacernos más sensibles a la belleza del universo que nosotros también compartimos.

Coda: Música de las esferas.

Todo lo que nos rodea es la música, desde el llanto del niño al nacer hasta los lamentos (llantos de nuevo, nuestra vida se inicia con lágrimas y concluye de la misma manera) que acompañan el viaje hacia la otra orilla. La música del mundo es la misma que hacen nuestros espíritus al contemplar y entender lo único importante de la vida, su misma clave y esencia: el saber que el saber no importa tanto como el reconocer lo ya conocido aunque olvidado. Esa es la única verdad que importa.

Eres música, hermano,

como yo lo soy,

como todos y como todo.

Calla y escucha esta música
que nos lleva lejos y cerca a la vez.



Somos música y a la vez el silencio entre la música.

Somos el verbo hecho carne y el espacio hecho oquedad,

somos humanos y divinos en nuestra fragilidad,

hemos venido sin nada que importe

y con lo que importa más,

estas manos, estos ojos, este sincero corazón,

quédate en este segundo eterno

y siéntete en casa dondequiera que estés,

pues, al fin y al cabo,

no hay ni hubo nunca

ningún otro lugar

donde pudieras estar.


(Francisco José Francisco Carrera, El silencio de tu mirada, Obra en preparación, título provisional).




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