¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

domingo, 12 de septiembre de 2010

APRENDIENDO A VOLAR


Esta es la misma historia de siempre.
La misma aburrida, manida y maravillosa historia de siempre.
La que tú has vivido desde el principio de los tiempos.
La que yo llevo viviendo desde antes de nacer…,
desde mucho antes de que la primera llama diera origen al fuego de la vida.
Esta, querido mío,
es la misma historia de siempre.
Mi historia, tú historia, tanto da.
De esas de chico conoce a chica,
él se levantó de la cama y se hizo un café bostezando.
Una historia de esas que todos conocemos cientos,
acaso miles o cientos de miles.
Juan entendió entonces que no podría volver a amar a otra persona o
Ana tuvo la seguridad de que la vida no sería la misma sin él.
Es una historia de derrotas maravillosas y dolorosas victorias.
Es un capítulo minúsculo en la sinfonía de la vida.
Es una manera como cualquier otra de perder el tiempo
.

Y entonces…, corazón de corazones,
qué es lo que hacemos aquí.

Sólo hablamos en silencio.

Sólo besamos con los ojos.

Sólo queremos ser verdad.

Y la Luna de Agosto levanta su telón hoy para esta nueva temporada. La Luna de Agosto ha descansado largamente en el estío, su tiempo de asueto ha sido pródigo, se ha convertido en sol, a ratos en estrella, se ha bañado en el mar, ha jugado con la muerte, ha bailado sin parar. La Luna de Agosto, amigos míos, ha estado también cerca de vosotros. Os has adormecido y os ha acariciado, os ha protegido con su risa y os ha llevado hasta la tierra de Nunca Jamás. Hoy, domingo, desde este esfera sideral que configura mi presencia, vuelvo a sentir vuestra respiración desde el otro lado del espejo.

He caminado mucho desde la última vez que hablamos, hacia dentro y hacia fuera, la verdad, también me he ido de exilio interior, he perdido horas, días y sueños, he ganado segundo, minutos y cielos, y por fin he encontrado el camino de baldosas amarillas para al fin regresar a Kansas. Kansas siempre estuvo en el corazón de Dorothy, y Toto siempre fue el perro maravilloso que todos quisimos tener.

Os prometo una locura:

Cuando el huracán me quiera levantar el corazón, lejos de cabrearme y hacerme fuerte en mi castillo, saldré desnudo hacia el ojo de la tempestad y daré mi cuerpo para que sea devorado por el ruido y la furia de sentirme vivo.

Y estad atentos al cielo y al infierno a la vez, ambos son la belleza de un prometeo nuevo y prodigioso encadenado a la roca de los sueños, estad atentos porque…

también volverán el Cocoroto, el Winterbottom y la Medusa, así que de nuevos todos juntitos para celebrar el milagro de estar vivos y dotados de discurso.

Y qué manera mejor de empezar que con uno de mis últimos poemas, uno de los que más he trabajado para conseguir un “mundo coherente”, es bastante narrativo y responde a ese interés del que ya os he hablado en otras ocasiones, “contar historias en verso”. Espero que os guste, es uno de mis favoritos, sin duda.

EL HOMBRE QUE NO SABÍA SOÑAR

Por FRANCISCO JOSÉ FRANCISCO CARRERA, POET OF SORTS
After watching El circo de la Mariposa by Joshua Weisel

¿Por qué los humanos nos conformamos con soñar que volamos si realmente podemos volar?
(Frank Depritenderr, Volviéndonos divinos)

En una ciudad enorme
de rascacielos, cristal
y silencios,
vivía un hombre
que no sabía soñar.

Sus padres no sabían,
sus abuelos no sabían
y los abuelos de sus abuelos
no sabían soñar.

El hombre que no sabía soñar
se llamaba Will
y trabajaba en una aseguradora
desde que era un chaval.

Cada noche
antes de irse a la cama,
Will
cenaba siempre
una lata de sardinas
con pan de molde
y un vaso de leche
desnatada,
nada más.

Entonces
cerraba los ojos
y le pedía a Dios
que le enseñara a
soñar…

Pero Dios debía estar
ocupado,
en otro sitio
o, simplemente,
no estar.

Y Will
seguía “soñando”
con poder soñar,
en el trabajo,
en el metro,
en el cine,
en la Estatua de la Libertad…

Y soñaba y soñaba,
soñaba con poder soñar…

Pero el tiempo pasaba,
que es lo que tiene el tiempo,
que se empeña en pasar
sin siquiera preguntar,
tarde tras tarde,
noche tras noche,
así hasta el final.

Y Will,
Will empezaba a perder toda
esperanza
de ser como los demás.

Él había visto
que todo el mundo soñaba
y era feliz al soñar.

No importaba que sus vidas
fueran grises,
insoportables,
tristes hasta no poder más.

Soñaban
y eso bastaba.

Soñaban
y ya está.

Era la manera
en que funcionaba el mundo,
todo era un camino
de espinas,
lleno de dolor y tortura,
el mundo,
lo sabía,
era la misma locura.

La felicidad
era una quimera imposible
que nadie podía alcanzar,
pero, ay,
con los sueños
el paraíso se volvía
un poco más terrenal.

Y él no podía soñar.

El mundo
era basura,
llanto,
violencia
y pura angustia.
Para él
y todos los demás.

Pero lo que lo hacía soportable
era la capacidad de soñar.

Siempre había sido así,
lo decían los maestros,
lo decían los políticos,
los sacerdotes en el templo,
lo banqueros y abogados,
el presidente mismo
lo decía,
“menos mal que Dios
nos ha concedido
la capacidad de soñar,
¡Dios es tan generoso,
a la fuerza nos ha de amar!”.

Y Will,
erre que erre,
no paraba de intentar
el ser,
por fin,
uno más.

Aprender
lo que todos ya sabían,
aprender,
por fin,
a soñar.

Odiaba
a sus padres,
a sus abuelos
y a sí mismo
al que más
por no poder soñar.

Y aquella
enésima noche,
fría y oscura
y abismal,
no pudo soportarlo más.

Bajó buscando
una tiendecita oscura
en el barrio más peligroso
de la ciudad,
un submundo olvidado
y que olía a alquitrán.

Quería comprar
una pistola,
balas,
una botella de whiskey,
un poco de coraje,
nada más.

Quizás en el
“sueño eterno”
aprendiera
por fin
a soñar.

Quizás no,
pero no podía
aguantar
ni un solo
día más.

Cuando el dolor
lacera tanto
que no puedes
ni gritar,
el mundo se hace
puñal
y los ojos
de los otros
son cuchillas de afeitar.

Y ya de vuelta en casa,
sin poder evitar llorar
apoyó el arma
contra su cabeza,
rezó por última vez
como si fuese la primera
y justo antes de disparar
oyó la voz del universo
que le decía claramente:

“tú no necesitas soñar,
hijo mío,
soñar
es la manera más pobre
de ser feliz,
nada más;
eres parte misma
de la magia primera
de la creación,
tú mismo,
si quieres,
si te atreves,
puedes volar
y te voy a decir cómo:
deja atrás lo que posees,
pues ello a ti te posee,
olvida tu nombre,
es falso y nada dice de ti,
olvida tus errores,
de nada sirven,
olvida tus aciertos,
aún sirven de menos,
cesa tus pensamientos
ya.
¿Qué queda de ti ahora
que con amor
abrazas el vacío sin sueños?
Lo que queda es
la luz infinita
de Dios en cada
célula,
en cada gesto,
en cada mirada.
Ya has aprendido
lo que siempre supiste
pero no podías ver.
Agradece a tus padres
y a los padres de tus padres
que no te enseñaran a soñar,
gracias a ello
has reconocido en ti
la esencia de todo lo que ES
y con ello ya presente
no volverás a sentir deseos
de soñar.
Todo lo que el mundo te ofrece
es tuyo porque nada necesitas,
ahora, por fin,
puedes lanzarte a volar”.

Y aquella misma noche,
el hombre que no sabía soñar
aprendió por fin a volar
y sigue surcando los cielos
si te atreves a mirar.

Ahora la pelota está en tu campo,
¿quieres seguir soñando?
¿quieres seguir durmiendo en vida?
¿O acaso ya estás preparado
para ver por fin la realidad?







2 comentarios: