¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

sábado, 16 de enero de 2010

INGLATERRA (VISIONS FROM THE NORTH, part one)


(Foto de Raquel García Sanz)



Aunque suene raro, yo, desde niño, he querido vivir en Inglaterra. Y de alguna manera, no paré hasta conseguirlo. Esta es la historia de un amor que siempre ha estado en mi corazón.

Una tarde fría y lluviosa en Valladolid andaba yo viendo la tele con mis siete u ocho añitos y de repente experimenté uno de mis primeros “momentos de realidad” (durante muchos años los denominé erróneamente “momentos de irrealidad” hasta que la práctica del zen y el tao me hicieron ver lo que eran en esencia). Estaban echando una serie o película (que no recuerdo con claridad) ambientada en una ciudad del norte de Inglaterra (me suena que era Manchester, pero también podía ser Liverpool o Newcastle; Manchester, por cierto, fue la primera ciudad inglesa que pisé, de camino a mi primer destino allí, Sheffield) y de repente apareció un primer plano de un muro, de un simple muro de ladrillos de un rojo oscuro y fascinante, llovía y aunque era por la tarde parecía de noche, entonces tuve la sensación de que ya había vivido ese momento, pero “desde dentro”; put other words, en otra vida o whatever, había estado allí y reconocía ese lugar como mi casa, mi ciudad. Esa sensación es difícil de gestionar para un niño y durante muchos años iba a recordarla con una presencia profunda y viva y apasionada. Ya de adulto me di cuenta de que tenía que volver a Inglaterra y vivir una temporada allí, debía seguir la pista que había visto en mi niñez si quería ir formando el puzzle de mi alma.

Ese fue el motivo principal por el que me especialicé en inglés. Lo cierto es que nunca me he sentido muy español, pero tampoco muy de ninguna parte. Lo más cercano a la “pertenencia” hacia una nación que he experimentado han sido sendos momentos intensos y fugaces hacia Inglaterra y, extrañamente, hacia Letonia (el viaje que me llevó a Riga ha sido uno de los más life-changing que he tenido y una de mis primera experiencias de meditación profunda). Esto no quiere decir nada…, no creo en nacionalidades como no creo en diferencias radicales genéricas, somos seres vivos, campos energéticos, you name it, y todas las características formales son…, eso, forma que ha de morir, rien de plus. Así, amigos, jugué a hacerme inglés, y a su manera, creo, lo conseguí. El año que pasé enseñando español en Oxford me hizo encontrar pedacitos de mi corazón en calles, comercios, miradas, baldosas, parques, amaneceres, cines, canciones. De alguna manera mi “inmersión” anglófona fue tal que llegué a difuminar mi procedencia española in such a way que mentía en según que ocasiones sobre mi origen, unas veces era armenio, otras griego…, creaba máscaras de un solo uso que pulverizaba al llegar a casa. También recuerdo con cariño cómo muchas noches caminaba y caminaba para encontrarme a mí mismo desdoblado (vaya susto si así hubiese sido) y de hecho escribí un buen poema sobre el tema del doble gracias a esas experiencias, mis alumnos de literatura recordarán cuánto me interesaba el tema del doppelgänger y el texto de Poe que trabajábamos (do you remember, mes vieux, my soulmates and friends in memory, I hope you all shine high and bright wherever you are, whatever you do).

Sé, estoy convencido, que en una de mis vidas pasadas fui inglés y viví en el norte de Inglaterra (también sé que fui persa y morí en el campo de batalla contra los griegos atravesado por una flecha), y de ahí se me han quedado un número de pasiones: el té, la lluvia, las alubias con tomate en el desayuno, la mermelada de naranja amarga, el inglés antiguo, la poesía inglesa, los huevos fritos en mantequilla, el understatement, los Beatles, los Pubs (pero no la cerveza), el no preocuparme de si los colores de mi ropa van bien o no van (qué más da, otra convención sin sentido, ya ves tú), los calcetines con sandalias, las patatas fritas con sal y vinagre, etc.

Con todo, lo mejor de haber podido cumplir el sueño de vivir en Inglaterra fue darme cuenta de que mi verdadera casa era mi sentido corazón, que no importaba el lugar sino cuánto estamos dispuestos a amar. Londres, Soria, Nueva York…, no importan los sitios sino nuestra capacidad de residir en el ahora, de ver con ojos nuevos lo que ha sido siempre. Esa es la clave que sabíamos de pequeños pero tendemos a olvidar de adultos.

Nada más por hoy, tan sólo quería hacerme a mí mismo una confesión en alto, siempre ayuda intentar entender por qué hacemos lo que hacemos y aceptar con amor aquello que somos y siempre hemos sido. Yo, al menos en otra vida, fui inglés. En esta…, lo único que sé con seguridad es que soy calvo, y a veces ni eso. Quizás en otras vidas recordaré el momento en que escribí estas palabras o acaso algún paseo hacia San Saturio de la mano de mi amada Raquel y eso me llevará a ser profesor de español para poder vivir en Soria y volver a conocerla y volver a casarme con ella y volver a crear un blog y volver a...
Quién sabe.
Ah, gracias, Raquel, por prestarme tu foto para encabezar el post, y es que esta mujer es una fotógrafa maravillosa.

Hasta la semana que viene, amados míos, simples aletazos de mariposa en mi corazón de cielo, luces y también sombras, hasta la próxima semana, amigos y hermanos.

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