Soñaste con sus labios
y sus labios florecieron.
Luego, más confiado
por tu éxito,
dibujaste las líneas
preciosas de su cuerpo
y su cuerpo, luminoso,
floreció.
Con el calor del alcohol
recorriendo tu esperanza
te acercaste para ver
si era real o una quimera
pues la luz engañosa
del disco bar perdía
las formas y las tornaba
humo, deseo y agonía.
Ella, mientras tanto,
había hecho florecer
otros labios,
otro cuerpo,
y ese cuerpo,
esos labios
tuvieron mejor suerte.
Así,
jodido,
restregando
tu dignidad
en el barro oscuro
de tu impotencia
y lamiendo tus
heridas
te fuiste para casa
sintiendo como tu
sexo palpitaba
y tu corazón dolía
hasta casi reventar.
No lloraste.
Para qué.
Pero supiste que volverías
a soñar sus labios
y a dibujar las líneas de su cuerpo
y que alguna vez,
seguro,
tendrías suerte,
acaso el próximo sábado,
acaso el verano en la piscina,
acaso, sólo acaso,
en otra tierra,
en otras vidas.
¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")
No hay comentarios:
Publicar un comentario