¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?

¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")

domingo, 20 de noviembre de 2011

ESTÉS O NO ESTÉS, ÉCHALE UN VISTAZO AL ECLESIASTÉS

Dos de las amigas que siempre me traen suerte,
me las traje de mi  maravilloso viaje a Creta,
donde descubrí a mi propio minotauro una noche de lluvia


La Biblia es un texto que me ha interesado desde siempre, o desde antes de siempre, acaso desde nunca.  Bien es cierto que en  mi etapa más oriental mi fascinación por los textos clásicos del Taoísmo, el Budismo, el Hinduismo y el Zen me alejaron un tanto de otros que yo creía, erróneamente, que los conocía muy bien.  Nunca se conoce del todo la realidad, nunca se conoce del todo a los amigos, a las parejas, a la familia.  Nunca se conoce del todo un libro, un disco, una película…  Y así, al volver estas semanas pasadas a ciertos libros del Antiguo Testamente buscando inspiración para algunos poemas (que no he llegado a escribir porque la Plaza del Mercado me ha requerido de nuevo), me encontré, como por casualidad, ojeando el Eclesiastés.  Lo verdaderamente curioso es que ese mismo día me había topado en tres ocasiones distintas con referencias a dicho libro (una de ellas, la más peregrina, en un programa de televisión).

Tras tantas casualidades, esa noche decidí pegarme un buen chapuzón y cogí mi antigua biblia en español (es que mi favorita y la que más consulto está en inglés, que me la regaló una buena amiga británica, Vera Holmes, que tanto me ayudó durante mi año oxoniense), la que usaba cuando estaba en 6B (you'll have to trust me on this, I did have a childhood, really, and have hairs on my now shiny and notorious bald head).

Y zaca, pedazo de viento huracanado en los ojos, pedazo de texto, la leche, que no tiene desperdicio.  Y así ando ahora, que no dejo de aconsejárselo a todo ser viviente que me encuentro, aunque no sepa leer, como es el caso de nuestro perro Kibo.

No me voy a poner aquí a glosar, que lo mejor es que el que tenga ganas y tiempo y tiempo de ganas o ganas de tiempo, pues eso, que se vaya para el librillo (que es corto) y se lo meriende con gran aprovechamiento por todas las partes implicadas.  Es bonito, es poético, es precioso y preciso, es un regalo de vida y de muerte a la vez.

Yo ahora me quedaría, escuetamente, con estas palabras:

Aleja la tristeza de tu corazón
y aparta de tu carne el sufrimiento(…)

O acaso con estas:

Lanza tu fortuna sobre las aguas, porque mucho tiempo después la volverás a encontrar.

Pues eso, amados míos, que creo que ha llegado la hora de reivindicar en Luna de Agosto algunos textos que me parecen esenciales.  La semana que viene le tocará al Tao Te Ching, sin duda mi libro de cabecera desde que me vi envuelto en la profunda belleza del Taoísmo durante dos meses de descenso en picado a los infiernos más hirientes.  Allí aprendí que el dolor a su manera también cura y que la sombra sólo es el estado anterior a la luz.

Si pudiera ahora os cogería y os achucharía todo lo achuchable, por lindos y porque sí.  Preciosones todos, criaturas hermosísimas, hermanos de mi corazón.

Hasta el domingo que viene (si viene o si venís vosotros o si acaso vengo yo).

PD.  No confundir el Eclesiastés con el Eclesiástico (gracias, Paz, por señalarme este posible motivo de confusión).

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