Algunos de mis fetiches juntitos |
Para Raquel,
que nunca deja de sorprenderme,
incluso con sus gestos más cotidianos.
Amada amiga,
amante siempre,
preciada, precisa y preciosa compañera
en esta vida y más allá de la muerte.
Como todos sabéis, amo la poesía como amo la vida, como amo a mis amigos, como amo cada calle que he recorrido, como amo cada casa en la que he vivido, como amo las ciudades que me han arropado y las que me han vapuleado a base de dolor oscuro y tristeza del alma y del corazón. Amo la poesía como amo la esencia divina que nos alienta y nos regala cada segundo en esta forma antes de volver a unirnos con su profunda identidad, la profunda identidad que nos iguala y nos hace el amor cada mañana. Amo la poesía y sé que mientras mis ojos puedan leer un verso, sólo uno, o mi memoria sea capaz de recordar alguna estrofa, o mis manos puedan acaricia la corteza rugosa de algún árbol, mientras esto sea posible, sé que nunca habré de perder del todo mi camino. Siempre hemos sabido cómo volver a casa, aunque nos hubiésemos internado en lo profundo del bosque. Nuestra verdadera casa está dentro del corazón y sólo se puede ver con los ojos de los ojos. La luz siempre está ahí. Sólo tienes que mirar bien.
Creo haber leído mucha poesía a lo largo de los años, ese ha sido uno de mis mayores regalos. Para que os hagáis una idea, durante mi año como profe de español y francés en Oxford, en cuanto salía del instituto me iba a al cine (si tenía pelas, libras, quiero decir) o, las más de las veces, a la Biblioteca Bodleiana. En esta última me hinchaba a leer poesía japonesa y china, todos los clásicos ingleses desde la Edad Media, a E. Pound, a A. Lowell, a Baudelaire, a Ungaretti, a los poetas persas, a los místicos españoles en inglés (sí, siempre me ha gustado hacer cosas de esas), etc. Esto me hace tener un “background” bastante generoso en cuanto a poesía se refiere y cuando alguien me aconseja algo que leer suele ser el caso que ya lo conozco, pero sigo muy atento cualquier posible consejo y no dejo de descubrir maravillas. Mi queridísima amiga polaca Zuzanna (uno de las amistades más prodigiosas y bellas que el mundo me ha regalado en forma de alumna de la Uned) me descubría a Idea Vilariño hace ya algunos meses, por ejemplo, y desde entonces no he dejado de leer su obra. Y hace algunos días, Raquel compartía conmigo uno de los poemas más flipantes que nunca he oído.
De hecho, yo ahora quitaría todas las asignaturas de los planes de estudios de las titulaciones de maestros y metería al alumnado en un convento, ashram o similar, les daría el poema y les animaría a meditar sobre “su verdad”. Una vez entendido con la mente y el corazón sólo quedaría verlo con los ojos del alma. Entonces se habrían graduado y podrían ser maestros. Y por fin se arreglaría todo, todo iría bien. También es aplicable a padres, hermanos mayores, ministros de las muchas iglesias que pueblan el mundo, políticos y dirigentes en general.
Aquí os lo dejo:
Enseñaras a volar.
Enseñaras a volar,
pero no volarán tu vuelo.
Enseñarás a soñar,
pero no soñarán tu sueño.
Enseñarás a vivir,
pero no vivirán tu vida.
Sin embargo…
en cada vuelo,
en cada vida,
en cada sueño,
perdurará siempre la huella
del camino enseñado.
Si queréis saber el autor (si es que no sabéis quién es, que lo mismo es que sí), podéis buscarlo en Internet. Me gustaba leer poemas a mis alumnos de literatura inglesa sin decirles nada del autor o contexto histórico, un poema va más allá de todo eso. Es una joya de luz que nos acerca a la esencia silenciosa que recorre el alma de las cosas, es una vuelta dulce al espíritu del mundo.
Nada más por hoy, mis amados amigos, nada más en este día. Sólo enviaros un abrazo enorme y besaros de forma infinita en aquellas heridas que os sigan doliendo y no acaben de cicatrizar (lo harán…, siempre lo hacen).
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