No hay nada más.
Nada menos puedes encontrar.
Tu rostro,
amigo mío,
es la presencia
inquieta
que muere
y nace a cada
instante en que
nos olvidamos
mutuamente
para así poder
disfrutar
del milagro infinito
de volvernos
a conocer
y dar las gracias
y besarnos de nuevo
en el rostro
como en el alma.
Y no temer ya nada,
nada ya nunca más
volver a desear,
el blanco absoluto de la noche
y el profundo negro de cada día
conjurados para siempre
en la mirada.
Estoy aquí,
junto a ti,
no me muevo
y no para
de sonreír...
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