se acercaban
justo cuando
se alejaban más,
se acercaban
porque tenían
frío
o simplemente
porque deseaban
desearse,
compartir un café,
una cama
o un universo lacerante,
pero el miedo,
siempre el miedo,
los detenía
justo ante la puerta,
allí donde el hielo
protegía
un cuarto silencioso
con revistas viejas,
manchas de humedad
y labios palpitantes,
pero no dejaban
de acercarse,
lo hacían vida tras vida,
lo hacían soñando
incluso en sus pesadillas,
lo hacía de nuevo,
se acercaban,
lentamente,
como si todo durara
eternamente,
como si el ahora
fuera un para siempre,
y se alejaban
a la vez,
se alejaban a cada paso
que uno daba hacia
el otro,
pues ese era el misterio
de su vida,
ese, sin duda,
el misterio
de su amor,
y yo,
que los veía
cada mañana
en la parada del autobús,
sonreía apenado
porque esa cercana
lejanía
era,
bien lo sabes,
querida,
la misma historia
que daba forma
a nuestras vidas,
la misma trama
infinita
que quisimos llamar
amor
Por Francisco José Francisco Carrera
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