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Cuando te miro a los ojos me doy cuenta de que el paraíso es el misterioso rayo de luz que desde tu corazón a los dos nos ilumina... |
La perfección será el aburrido pasatiempo de los dioses.
(Eduardo Galeano)
Hace unos días, uno de mis alumnos (excepcionales alumnos he
tenido este año, la suerte me sigue sonriendo en este aspecto…) compartía conmigo
una serie de enlaces de Internet (Xavi, gracias por toda la información, un
nuevo ejemplo de que no está nada claro quién es el alumno, quién el maestro) y
uno de estos enlaces es un vídeo (pincha AQUÍ para ir a él, por cierto fascinante el tema del pianista de Mis Bosques de la Mente que acompaña el texto y las imágenes) que me hizo entrar en estado de
“flujo” y escribir el siguiente texto; para mí tiene todo el sentido del mundo,
acaso también os diga algo a vosotr@s, querid@s mí@s. La clave, como no es extraño en mí, es
profundamente lírica… Me gustaría que lo
lírico volviera a nacer en cada mirada, en cada palabra, en los besos intuidos,
en las caricias adormecidas, en el entramado oculto del mundo que es el
entramado cierto de nuestras almas.
Un beso enorme para tod@s:
HAY VECES
(poema a ratos en prosa a ratos en verso, o algo)
para vosotr@s, porque habéis dibujando con vuestras sonrisas
un camino secreto de baldosas amarillas …
Por Francisco José Francisco Carrera
Hay veces que la oscuridad tiene un sabor peculiar. Hay días de horas infinitas hechas de arena y
recuerdos en que la oscuridad huele como a otro tiempo. Hay vidas en las que recuerdo cómo soñé un
mundo en los ojos de una mujer en las playas de Creta, esperando a un Minotauro
hermoso y aterrador a la vez. Un
minotauro que era yo mismo, herido de desesperación, sombra que quería salir de
un laberinto de odio e inmundicia que no llegaba a comprender. Son momentos de luz mortecina, luz negra con
tacto de sangre, y de un silencio tan ruidoso que me cuesta escuchar el latido
de mi propio corazón.
Suelo levantarme entonces e irme de mí mismo dejando mi
cuerpo parado allí donde esté. Abro mis
alas, que son las vuestras, y, sonriendo, vuelo hacia aquel lugar donde todos
aprendimos que los colores eran palabras que todavía no habían encontrado su
significado, aquel mundo en el que nada iba ni deprisa ni despacio y todos
éramos felices sin saber que eramos felices.
¿Lo recordáis? Allí nos
conocimos, allí aprendimos a degustar el amor que no conoce fronteras. Allí aprendimos por vez primera lo que
significa amar.
Éramos dragones y princesas y piratas y minúsculas gotas de
agua, y éramos el desierto y leones hambrientos y lanzas ocultas en la jungla y
las bocas que besan y los cuerpos que abrazan…, éramos el despertar. Y también éramos las estrellas, el olor a
hierba cortada, la frescura y silencio del mar.
Y la boca se llenaba de arena
cuando sus ojos
rozaban,
tan sólo rozaban,
esa esperanza oculta
que de niños
nos hacía degustar
las estrellas
cada vez que abríamos los ojos,
en la boca ya por siempre
el sabor salado
del mar.
Éramos dioses infinitos, minúsculo y frágiles, poderosos y
enormes, éramos universos absolutos y nos fundíamos con la tierra, las nubes,
la lluvia, la risa, el fuego, hasta que volvíamos al abrazo dulce de aquellos
hombres y mujeres que nos regalaban con su cariño el secreto que ellos mismos
habían olvidado en su eterno peregrinar.
Pero la oscuridad es lo que tiene…, ¿verdad? La oscuridad tiene un sabor que nos hace
recordar, nos devuelve al instante a nuestra patria original, a ese lugar que
no es lugar ni deja de serlo. Y es
entonces cuando todo cobra sentido y la luz se hace en las tinieblas más
absolutas. Nuestros ojos se abren para
dentro y entonces, sólo entonces, aprendemos a mirar.
Herman@s mí@s, hoy quiero volver a esa noche infinita en
vuestros ojos, permanecer ya por fin para siempre junto a vosotros, ser vosotros
sin dejar de ser yo mismo, volver, volver, tan sólo volver, simplemente volver…,
ya, ahora, siempre, volver al lugar del que salimos hace siglos o segundos para
así recordar el camino de vuelta gracias al misterio del amor que se revela en
cada piedra,
en cada gesto,
en lo único que en verdad es Verdad:
que somos hermanos
enamorados de la vida
y de la muerte por igual,
que somos amantes
desde siempre,
que nos buscamos ciegos y aterrados
en la noche eterna de los miedos
sin darnos cuenta
que sólo disiparemos las sombras de afuera
cuando aceptemos recordar
que somos la luz
jugando al escondite
consigo misma.
Ilumíname pues, hermano,
comparte conmigo el fuego de tu risa,
querida mía,
no hubo un antes
y no habrá tampoco un después,
pero en este ahora pleno de locura
celebraremos con grandes carcajadas
esta prodigiosa mascarada
precisa, preciosa, infinita
que es la fiesta de la vida.
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