De Haití, hasta hace poco más de una semana, yo sabía un par de cosas: vágamente su situación geográfica (al lado de República Dominicana) y su capital, Puerto Príncipe. Poco más. Es lógico, nuestra capacidad para acumular conocimientos es limitada y además desde que “todo está en Internet” (lejos está aquella tonadilla de “todo está en los libros”), tenemos cualquier dato al alcance de una tecla (sí, el “intro”). Pero, claro, como a todos, la realidad nos sorprendió en forma de violenta bofetada para saber que ese país pobre y exótico, Haití, había sido prácticamente borrado del mapa. Y empezamos a ver que esta afirmación no es apocalíptica. No es tanto la devastación que ha creado el terremoto, no, es, sobre todo, que el país ha perdido su “estructura social” y su capacidad para sacar adelante lo que queda de la tragedia.
Como todos, Raquel y yo hemos sentido que desde nuestra confortable realidad se nos devolvía a un estado inerme y doloroso. Hemos sentido, como todos, que uno nace en un sitio pero podía haber nacido en otro, y que hoy tenemos una buena mano en la baraja pero que quizás en la próxima partida no demos pie con bola. Como todos y cada uno, nos hemos sentido “at a loss for words” para explicar lo que veíamos o lo que oíamos sobre el terremoto.
Y en esos momentos de extrema fragilidad todo cobra sentido y volvemos a ser uno con nuestros hermanos, con el universo, y reímos juntos, y lloramos juntos...
Hace ya unas cuantas semanas, cada noche antes de dormir práctico un nuevo tipo de meditación, me “siento” otra persona y procuro residir un buen rato en su cuerpo. Así, intento hacerme más y más consciente de lo poco que importa ser uno mismo y, acaso, de lo importante que es ser los demás. Y hace una par de noches quise que mi alma se fundiera con el de una mujer haitiana que antes del terremoto ya era muy pobre, pero a la que tras la catástrofe sólo le quedaba la ropa que llevaba puesta y dos de sus cinco hijos pequeños. La experiencia fue a la vez sobrecogedora e íntima. Cómo podemos sentirnos cuando creíamos que teníamos poco y después lo perdemos todo, cómo cuando el dolor es tan insoportable como para llegar a una nueva fase de desesperación… cómo. Si al menos supiéramos que lo que les ha pasado a ELLOS nos está pasando a NOSOTROS, si al menos supieran que estamos a su lado, si al menos pudiéramos volver a ser humanos.
Y hoy no puedo decir mucho, la verdad, no puedo decir nada. A su manera, hoy es un momento de silencio y no os voy a bombardear con palabras. Tan sólo os pido que por unos segundos cerréis los ojos y viajéis hasta el centro mismo del dolor, sin huir hacia esas zonas comfortables que nos hemos inventado para que nos duela menos el corazón, y así, desnudos al fin, permanecer un rato en perfecta comunión con el alma del mundo…, y que desde allí seáis todo amor y todo comprensión, todo luz.
Nada más, hermanos, tan sólo estas palabras de silencio, este gesto de esperanza y este “ser los demás”.
¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
¿Qué es lo que has venido a hacer aquí?
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")
He venido
a besar tus labios con mis ojos,
a dejar en tu cuerpo mis caricias,
a rezar a un dios estupendo y lleno de vida,
a respirar el aliento mismo de la creación,
pero sobre todo,
por siempre y para siempre,
a amarte, hermano mío,
amarte y no dejarte de amar,
nunca más dejarte de amar.
(Francisco J. Francisco Carrera, "Luna de Agosto")
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