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Burt Lancaster en El Gatopardo |
Hoy iba a hablar del Tao, que me apetecía mucho…, pero he
decido cambiar de tema (o acaso no, que el Tao se manifiesta como le viene en
gana). El Tao tendrá que esperar, que
tengo una entrada de mayor actualidad (mira que suena tópico esto).
El domingo pasado votamos (digo votamos como nación, como
seres jugando al rollito este de ser “españoles” o lo que nos haya tocado en
suerte oye) y digo votamos porque lo que es yo volví a no votar. Lo cierto es que apenas seguí lo que
pasaba. No me interesa la política
aunque me interesen los sistemas políticos.
En otras palabras, no me interesa hablar o discutir sobre política, pero
me resulta fascinante cómo la “política” ha ido rigiendo este mundo nuestro tan
bello como caótico (cada vez me siento más “entrópico”).
A lo que iba, el domingo pasado hice poca cosa de provecho,
lo reconozco y lo celebro. Raquel no
estaba, así que tuve un día lento y especialmente silencioso, paseé con Kibo,
cambié la jaula de Gandalf, puse una lavadora, recogí un poco la casa (al
llegar a los baños me dio pereza y ahí los dejé, en su jugo, tan lindos ellos),
y leí. A eso de la hora de comer (no
había mucha hambre en mí, comí algo de pan, un yogur y fruta, qué rico todo) me
puse la tele y me enganché a una película maravillosa (como maravilloso es el
libro en el que se basa), EL GATOPARDO, dirigida por Luchino Visconti.
Y allí estaba Burt Lancaster como el Príncipe Don Fabrizio Salina soltando una de esas líneas que marcan,
sobre todo si estás en jornada electoral.
Burt, que es un aristócrata de rancio abolengo, habla con un religioso, este último le
quiere hacer entender que si siguen dando privilegios a la nueva burguesía las cosas
van cambiar…, el aristócrata le mira a los ojos y le espeta “algo tiene que
cambiar para que nada cambie”.
Qué más puedo decir.
Que casi me atraganto con el yogur ante la revelación vespertina. Ahí está la clave de los sistemas políticos,
de unos y de otros. Y de los cambios de
sistemas, claro.
Nunca cambian las cosas importantes porque nos dan “el
chocolate del loro” (y a mí siempre me da pena el pobre loro que se queda sin
su golosina) que son los cambios no esenciales (pero que a veces se ven
bastante, suelen ser “a bulto”). Y así
andamos, obnubilados antes el juego de las formas y olvidando nuestro propio
corazón.
Y con esto en mente o en alma, un poema vino a mí y lo
quiero compartir con vosotros. Creo que
es claro. Si no lo es, el que lo ha oscurecido he sido yo
al escribirlo, porque él me vino perfecto y profético, como siempre viene los
poemas.
Os adoro, mis queridos, ya lo sabéis. Un besazo enorme para todos.
ALGO TIENE QUE CAMBIAR
por Francisco José Francisco Carrera
Algo tiene que cambiar
para que todo siga como estaba,
colega,
eso es así,
ha sido así
y si nadie lo remedia
será así por los tiempos
de los tiempos,
y qué tiempos,
joder,
mierda y asco de tiempos
estos,
pero también los otros
y los de más allá.
No te creas
que antes era mejor,
la mierda suele oler
a mierda
aquí y en el espacio sideral,
y es que es la misma breva,
la misma oscura y sucia pantomima
de la vida que te chupa
hasta la médula
y te deja con cara de absurdo mono
colgando del árbol más triste de la tierra.
Se ha sabido desde siempre,
tío,
que para que cambie por fin
este infierno
tendremos que aprender
a ser el cielo y las estrellas,
y serlo por dentro,
mira lo que te digo,
que todo cambio de lo de afuera
es fuego de artificio,
que sólo desde la raíz
se puede llegar a lo que alimenta
de verdad,
y lo que alimenta de verdad
es la Verdad.
Así que ya sabes,
ellos nos dan algún cambio
y se quedan nuestras almas en prenda,
gentuza de ojos grises y corazones que huelen a orín,
aves de presa que nos esperan sin prisa
pues saben que hemos caído siempre,
y que volveremos a caer…
hasta que estallemos de hermosura
y nos florezca el amor hasta en las orejas
y entonces les miraremos
y les robaremos su reino
(que siempre fue el de todos)
a golpe de beso y de caricia
y ellos caerán deliciosos,
arrobados, gloriosamente
enamorados de sus hermanos,
pues todos nos reconoceremos
por fin,
sin los rostros,
sin las máscaras,
sin todo ese
pimpiringallo
que es parafernalia que oculta
lo único que de verdad importa.
Y al fin no tendrá que cambiar algo
para que todo siga como estaba,
porque todo, y digo bien, todo,
cambiará de repente,
sin transición,
Big Bang jaranero y sin igual,
y volveremos a ser quienes siempre hemos sido
y jugaremos con presteza en este paraíso de silencio
que nunca dejó de iluminarnos con su luz de eternidad.